Delún estaba inquieta en su cama. Dormía intranquila. Perlas de sudor se deslizaban por su frente delirante. Entonces alguien puso un paño tibio en la frente de la muchacha. En ocasiones abría los ojos y se debatía entre las brumas de un duermevela que ya duraba dos días. La joven, que había salido de la Residencia Yark de la provincia de Dárminal, en Airedian, hacía 6 días, había caído enferma tres días después y la fiebre la había atrapado con mandíbulas de acero.
En sus sueños confusos se mezclaban las caras de sus padres y sus hermanos con paisajes rocosos donde un río enorme se abría al mar en numerosos hijuelos que se dividían entre extensiones de tierra pantanosa y marismeña. Entonces, mientras notaba cómo la introducían líquidos abrasadores por la garganta, sentía cómo la tierra de sus sueños temblaba y un enorme edificio de piedra, sólido como una montaña se derrumbaba por el temblor. Y como si fuera un pájaro veía la escena, donde decenas de figuras de sacerdotes salían del edificio antes del derrumbe y una vez más se volvía a derrumbar. Entonces un paño húmedo tocó su frente de nuevo haciendo que la visión a vista de pájaro se convirtiera en una visión que atravesaba la piedra y el polvo de la catástrofe. Y allí, al fondo, más profundo que las montañas de restos, más profundo que el suelo resquebrajado, en un sótano abovedado de techo bajo que había soportado el terremoto, había un baúl de madera. Entonces caía de nuevo en la oscuridad, vencida por el cansancio.
Pero entonces, cuando creía que no iba a volver a ver ninguna luz, su habitación volvía entre brumas y veía la cara de su madre que le metía a duras penas algo de alimento y agua en su cuerpo. Pero ella lo rechazaba. Todo le asqueaba. No podía dejar de ver ciudades enteras arrasadas por una guerra silenciosa que había dejado cadáveres por todas partes y en el centro de todo un hombre y una mujer cogidos de la mano mirando alrededor, satisfechos de su obra. Y después el mismo río, frío esta vez, el mar a lo lejos rugiente y feroz y la ruinas del Monasterio continuaban allí, pero más viejas, más derruidas, más cubiertas por la maleza y más ocultas. Entonces su corazón comenzó a latir violentamente cuando vio pasar los días y las noches a tal velocidad que le quitó el resuello durante unos segundos. Luego la calma. El mismo paisaje y el sol saliendo por el este, pero un sol frío, de invierno mientras llovía tristemente en la costa dura. Entonces se vio a sí misma señalando el lugar donde estaba el cofre. Y cayó de nuevo en la oscuridad.
Los rayos del sol entraban en la habitación a través de la ventana.
A medida que el planeta se movía, las sombras se iban trasladando, bajando a lo largo de la pared, iluminando los póster de su cantante favorito, un jovenzuelo rubio y con cara de mármol que hacía furor entre las adolescentes airedianas. Al fin el sol se posó en el rostro durmiente provocando que sus ojos se abriesen un milímetro para volverse a cerrar evitando el daño de los rayos de luz. Lentamente la joven se incorporó restregándose los ojos con una mano y arrascándose la cabeza con la otra. Se desperezó con un gran bostezo y miró a su alrededor. Era su habitación. Miró el reloj de la mesilla: las 10:27 de la mañana. Sonrió satisfecha por haber dormido tanto. Volvió a bostezar tomando conciencia de lo bien que se encontraba después de casi 12 días de enfermedad.
Una vez hubo desayunado, demasiado para su gusto, pero su madre con el tema de la comida era inflexible, se fue al baño a lavarse. Realmente había salido de la fase fuerte de la enfermedad, de la fiebre altísima y la gastroenteritis, hacía apenas unas 36 horas y no se había levantado de la cama en toda la enfermedad hasta aquella mañana en la que se sentía no sólo reanimada, sino también fortalecida. Mientras se desnudaba para meterse en la bañera se fijó que en verdad había adelgazado. Movió los brazos y se notaba los miembros adormecidos y laxos, sin fuerzas. Empezó a dudar de su recuperación relámpago.
Mientras mecía las manos en el agua caliente y dejaba que el aroma del jabón y las sales llenara sus fosas nasales pensaba en la única imagen que ocupaba su mente: las ruinas en la costa verde. Por alguna razón ese pensamiento le provocaba una sensación de apremio que no comprendía, pero que la ponía nerviosa. Con cuidado cogió su toalla y se secó. La idea de que su cuerpo estuviera débil, frágil y torpe la instó a salir a pasear para empezar a moverse. Y aunque no lo quisiera admitir, esa necesidad de salir también estaba provocada por el sueño que tuvo en medio del delirio.
Caminaba tranquila bajo una brisa fría y húmeda proveniente del mar. El aire traía olor a sal y el grito de las gaviotas y cormoranes. Entonces su mente volvió con una fuerza tremenda al sueño y lo empezó a revivir tal y como lo había visto entre los delirios de la fiebre. Delún había dejado de ver el puerto, había dejado de ver la playa de su ciudad, la gente y los coches. Sólo veía el monasterio cayendo una y otra vez y cubriéndose de hierbas y de años mientras el sol y la luna continuaban infatigables su ascenso y descenso por tantos días que la chica perdía la cuenta. Sin que se diera cuenta de lo que hacía se había parado en seco en medio del paseo con los ojos muy abiertos y apretando los puños. Una vez pasó y volvió a ver su mundo soltó el aire con fuerza. Había estado reteniendo la respiración durante toda la visión. Notó un dolor en las manos y cuando se las miró vio que se había clavado las uñas y se había hecho sangre. La gente a su alrededor la miraba extrañada. Por suerte no podían saber que era yark, pues su marca, en un hombro, solía estar oculta, y más en invierno.
Delún se asustó. El sueño que había tenido con 40º de fiebre se había repetido aquella noche que ya estaba bien, y ahora, a plena luz del día y estaba despierta. ¿Sería un mensaje? ¿Una visión el futuro? No, no podía ser del futuro pues en el sueño pasaban muchos soles y muchas lunas. Era una visión del pasado. ¿Y el baúl? ¿Qué contendría? ¿Es que debía encontrar ese baúl? Algo la decía que tenía que encontrar esa caja. Pero, ¿dónde puede haber unas ruinas cubiertas totalmente de vegetación en la larguísima costa de Helimde? ¿Dónde empezar a buscar? Sea donde fuere que estuviera el monasterio, era evidente que ese edificio era, efectivamente, un monasterio. Como buena airediana había visto los suficientes monasterios como para identificarlos a 100 Km. Y muy posiblemente un monasterio de Soran, por lo geométrico y sólido del edificio. Pero el estilo era muy antiguo. Delún no podía identificar la época así que fue a su casa y le pidió a su padre que la llevara hasta la Biblioteca de Dárminal, la más grande de Helimde y rival de la de la Universidad de Basabeth.
En sus años en la Residencia de la Provincia de Dárminal, había dado clase de literatura con una mujer nandoriana que entre autor y autor les explicaba que la biblioteca de la capital era el único sitio en todo Mûmm en el que cualquier duda podía ser resuelta. Y con esa idea iba Delún, y con la intención de que el Doctor Jenem la recibiera como una vez prometió que lo haría.
-Pase.- dijo una voz de anciano al otro lado de la puerta.
-Hola, Doctor Jenem. – dijo Delún con una sonrisa mientras se apresuraba a dar un achuchón al venerable anciano.
-¡Hola, niña! ¡Cuánto has crecido! ¿Cuánto hace que no nos vemos?
-Desde los exámenes de Reinserción, Doctor. Hace ya 7 meses. –contestó azorada por el comentario sobre su altura, que no era mucha y era fuente de bromas entre sus hermanos.
-Entonces ya estarás en tu casa, con tus padres.
-Sí, señor, desde hace quince días.- contestó Delún satisfecha.
-Y dime, ¿quieres consultar la biblioteca? Porque para eso estás aquí, supongo.- dijo el anciano fingiendo un mohín.
-Y para verle a usted, Doctor. Pero sí, necesito alguna información.
-¿Sobre qué?
-Historia del Arte. Más concretamente estilos arquitectónicos antiguos.
El viejo pareció pensar un momento y luego con mano temblorosa cogió el teléfono y mandó llamar a una persona. Un tal Neum. Tras contar las batallitas de rigor y las noticias más relevantes un hombre de unos 55 años, alto y de complexión delgada entró en el despacho.
-Señor Neum, esta es una ex-alumna mía y necesita información sobre arquitectura antigua.
El tal Neum torció visiblemente el gesto. Jenem había sido uno de los primeros doctores universitarios que habían accedido a enseñar en las residencias yark y Neum no lo aprobaba. Opinaba que los yarks debían ser educados hasta cierto punto, porque para lo que iban a hacer en la vida… Le parecía un desgaste inútil de recursos y personas. Así que dedujo inmediatamente que Delún era yark. Pero como Jenem era su jefe accedió sin rechistar a ofrecer la información que le pedía.
Delún notó el gesto de desagrado de Neum y temió que no le diera toda la información necesaria. Odiaba la idea de tener que irle al Doctor Jenem con el chivatazo de que Neum no la había querido ayudar. Pero en el caso de que así fuera no tendría otra opción.
Tras atravesar pasillos marmóreos, brillantes y enormes recubiertos de vitrinas llenas de volúmenes antiquísimos llegaron a una puerta con un letrero a un lado: ARQUITECTURA. La puerta abría a una sala amplia, bien iluminada con numerosas maquetas distribuidas en otras tantas mesas en el centro de la sala. En las paredes se habían colocado vitrinas con muchísimos libros. Las paredes subían hasta una altura de 50 metros. Cada 10 metros un suelo de cristal separaba los diferentes pisos donde seguían disponiéndose maquetas y estanterías de igual modo que en el primer piso.
Entonces Neum le pidió que le explicase cómo era el edificio que había visto para hacerse una idea de su estilo y localizarlo en el tiempo. Delún le dio algunas características y al momento Neum asintió y subió unas escaleras haciéndole a la chica una señal para que le siguiera. Delún lo hizo y vio cómo el hombre se acercaba a una maqueta. Delún sonrió alborozada al ver que la maqueta se parecía tremendamente al monasterio de su visión, pero no era igual. Se lo hizo saber a Neum, que silenciosamente volvió a asentir.
-El estilo del monasterio que viste es de lo más antiguo de la arquitectura posthecatombeana. Posiblemente un prototántaro. Quizá estemos hablando de un edificio construido en los primeros 100 años después de la Hecatombe.
-¿Y en qué zonas se dio ese estilo?
-En la costa. Sobre todo aquí en Airedian y en la costa Nandoriana. Si mal no recuerdo… espera.- Neum se dirigió a las paredes forradas de vitrinas y después de recorrer con la mirada unas cuantas se paró delante de una, abrió la portezuela y sacó un volumen bastante nuevo, con fotografías a color y un apéndice electrónico que podía introducirse en una computadora. Frente una ventana había un ordenador. Neum se dirigió hacia el aparato seguido de Delún. Una vez allí, conectó el libro al ordenador y apareció un menú. Tecleando con rapidez apareció ante los ojos de la chica un mapa de la costa airediana y nandoriana. Entonces vio el Delta del Dohnabri y muchos puntos a su alrededor. La luz se hizo en su mente.
-¿Sabe usted si hubo algún terremoto en aquella época?- preguntó Delún a la aventura, pues no creía que Neum pudiera solucionarle esa duda.
-Pues sí, ahora que lo dices.- contestó Neum dejando asombrada a Delún.- De hecho hay multitud de ruinas provocadas por un gran terremoto en el pasado remoto en esta zona del Delta.- alzó una mano para señalar una zona en la pantalla. Ésta abarcaba toda la orilla sur de la desembocadura del río más caudaloso de Helimde.
Delún dio un paso atrás para dejar levantarse a Neum y dándole las gracias se marchó.
De acuerdo, ya sabía dónde buscar. No tardaría mucho en partir hacia Nandorian en busca del monasterio derruido y de ese cofre misterioso que inundaba su pensamiento.
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