jueves, 6 de agosto de 2009

Proyecto - No sé qué título darle (ya saldrá :P)

De esta historia sólo tengo hecho el principio. De hecho, a partir del punto final de lo que hoy colgaré nunca he sabido cómo seguir. A ver qué tal :).

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El destino, la suerte, los hados, la causalidad, la inevitabilidad, la evolución… Demasiados nombres para tratar de definir el discurrir de los acontecimientos tanto propios como ajenos, de la historia, de las vidas. Y todo por miedo. Todo por el absoluto terror a no ser dueños de nuestras propias vidas, de nuestra libertad más básica. Esto ha pasado por esto otro. Claro, es que aquello estaba cantado. Si A, seguro que B o incluso C. Nunca pensé que fuera a pasar, pero pasó… Elucubramos sobre vacío. Por muy sólida que sea nuestra lógica siempre, el origen de las cosas tiene un porcentaje ínfimo que es de propiedad absoluta e indisoluble del azar.

El azar. Ese gran desconocido. Algunos incluso declaman que no existe. Otros son tan osados como para tratar de utilizarlo como herramienta de trabajo. Otros, en un acto de absurdez supina pretenden calcular matemáticamente sus patrones y poder hacer predicciones. Los más, se resignan a su poder con un encogimiento de hombros, a lo más, con una maldición mascullada por lo bajo. Todos tratan de ignorarlo, de atenuar sus efectos, de controlarlo…

Nadie lo ha logrado aún… por suerte.

El azar es sin duda una de las grandes fuerzas del universo y es, posiblemente, la que tenga menos conciencia de sí misma de todas las que forman el panteón cósmico. Los más grandes poderes comparten esa misma tendencia a vivir descuidados de sí mismos, como si la mera existencia fuera un asunto baladí dentro de lo que quiera que estén haciendo. Pocas veces se dan cuenta conscientemente de las cosas que ocurren en el universo que gobiernan y hacen funcionar. Sólo abren sus ojos cuando algo perturba su rutina laboral y eso, dicho sea de paso, no ocurre demasiado a menudo.

Así que cuando los pasajeros de aquel tren de cercanías pudieron salir a duras penas de los vagones descarrilados, a ninguno de esos poderes le extrañó que aquellos seres humanos atrajeran hacia sí aquella cantidad tan ingente de azar. El azar seguía a sus cosas y ellos igual. Cada uno haciendo lo que debía. Nada había perturbado el continuo del devenir. Pero el azar se arremolinaba en torno a esas personas como el polvo a un plumero electrizado. Los humanos ni siquiera se daban cuenta del sutil cambio a su alrededor, tan ocupados estaban de salir vivos del los amasijos de hierros, chapas, cristales y asientos convertidos en muelas machacadoras de huesos.

Por suerte o por desgracia, eran pocos los pasajeros aquel domingo de primavera. Era el último tren en un fin de semana de puente, así que sólo un grupo de jóvenes adolescentes que habían bajado a Madrid para hacer unas compras, dos o tres parejas, unas señoras de mediana edad y personas sueltas entre los cuatro vagones, juntaban un total de 27 personas más el maquinista. Tras el descarrilamiento, pronto descubrieron que el accidente había matado al conductor y a otras 5 personas, había herido de consideración a 7 y los demás estaban más o menos enteros aunque ninguno había salido indemne del tremendo golpe.

Los dedos de los adolescentes volaron sobre los teclados de sus móviles llamando a sus padres, a las ambulancias, al 112 y a quien fuera. La oscuridad y el frío de la medianoche, el dolor de los huesos molidos, el miedo, la conciencia de que había cuerpos inertes a menos de 3 metros, de que habían salvado el pellejo de manera casi milagrosa, y la necesidad perentoria de ayuda y seguridad, fue respondida con un mensaje común en todos los aparatos: “No hay red”.

En aquel momento miraron a su alrededor extrañados y aún más asustados. Estaban en mitad del monte. El bosque les rodeaba. Sólo las luces parpadeantes del tren siniestrado iluminaban la espesura a su alrededor. Estaban entre la última y la penúltima estación, en un tramo de montaña de difícil acceso y que aún tenía nieve en algunos lugares umbrosos y escondidos. El frío les hincó el diente hasta el tuétano. ¿Es que no tenían cobertura? No podía ser. En todo el recorrido tenían servicio. ¿Cómo era posible que nadie pudiera llamar por teléfono? No había por qué preocuparse. Los de RENFE ya se habrán dado cuenta. Mandarán helicópteros de la Guardia Civil, del SUMMA y de quien haga falta, oiga, que algo así no puede pasar desapercibido.

Pronto se formó un grupo que decidió ir a buscar ayuda. Seguirían la vía hasta la estación anterior y todo se arreglaría. No podían dejar que algunos de los pasajeros heridos se desangraran en mitad del monte. El grupo, conformado por 3 de los adolescentes y una de las parejas se fue caminando junto a los raíles hasta que la oscuridad los envolvió. A la media hora volvieron. Los rostros de estupor y nerviosismo de los retornados hicieron que más de un pulso de acelerara por el miedo. Algo pasaba y no era bueno. Uno de ellos contó lo que habían visto y entonces los poderes, los grandes poderes, se percataron de su propia existencia y se extrañaron.


Un paciente observador se habría dado cuenta de que la evolución de aquel grupo de 15 desconocidos podía ser el resumen de lo que había sido la estrategia de supervivencia por excelencia del ser humano desde que apareció en el mundo: la jerarquización.

En seguida aparecieron una serie de individuos que empezaron a proponer ideas para acomodar a los heridos y a organizar a los que habían sobrevivido más o menos enteros. El grupo respondió: Surgieron los especialistas. De aquel tren surgieron dos enfermeras que ya habían estado trabajando desde el principio. Un ejecutivo aficionado a la caza fue el que propuso la mejor manera de pasar la noche a la intemperie y una pareja de jóvenes contaba cuentos a los 3 niños que los miraban con ojos embelesados a la luz de la fogata que habían encendido para mantener el calor. Era principios de la primavera y las noches aún eran frías.

Por otro lado, un grupo afanoso de hombres y mujeres desmontaban los dos vagones más enteros para hacerlos mínimamente habitables. Aquella noche amenazaba lluvia y tendrían que proteger al menos a los heridos que esperaban sufrientes tendidos en la hierba que alfombraba aquel bosque impasible que les rodeaba. Mientras trabajaban, una de las enfermeras cubrió la cara de un hombre. Aquel buen señor no vería la luz del día siguiente.

La noche fue agotadora para las 2 mujeres que apenas pudieron descansar. Una decena de personas les ayudaban sin quejarse yendo de un herido a otro, sosteniendo vendas improvisadas y dando de beber a los sedientos. Entonces a uno de ellos se le ocurrió plantear la pregunta.

¿Dónde estamos?”

Nadie quiso hacerle mucho caso. Dentro de un par de horas amanecería y estaban todos al borde de sus fuerzas. El miedo y la frenética actividad les habían mantenido despiertos, pero ahora, cuando más o menos habían estabilizado la situación, sólo podían pensar en descansar. Responder a una pregunta como aquella necesitaba voluntad, ganas y energía. Nadie tenía nada de eso.

lunes, 3 de agosto de 2009

Proyectos en serie...

Desde hace tiempo mi actividad creativa ha estado dedicada casi en exclusiva a la historia de Mûmm. Aunque sólo están colgados 5 capítulos, la historia es tremendamente compleja, con muchos personajes y muchas tramas con lo que absorbía gran parte del espacio del cerebro que tengo reservado a este tipo de cosas.

Pero como soy un culo inqui
eto y me acabo aburriendo hasta de mi sombra, he estado pensando en empezar en serio algo de lo que tengo en mente desde hace tiempo. Tengo pues, 2 ideas y me gustaría que me diérais vuestra opinión para ver cuál sería más interesante. La idea es ir escribiendo y según vuestros comentarios ver cómo sigo (un poco en plan "Relato 2.0").
  1. Un buen día el último tren de la línea C4 de cercanías de Madrid, descarrila entre El Goloso y Tres Cantos (je, que no se note que conozco esa línea, XD). Cuando los pasajeros recuperan el sentido tratan de llamar al 112, pero los móviles no funcionan. Un grupo vuelve sobre las vías para buscar ayuda en la estación más cercana, pero al cabo de unos metros detrás del tren siniestrado descubren que ya no hay vías. Una observación más serena les dice que siguen en el monte del Pardo, pero... ¿Dónde están? ¿Cómo han llegado hasta allí? ¿Dónde está Madrid? ¿Y la carretera?
  2. Érase que se era un mundo alternativo en el que hay gente que nace con "habilidades". Unos son capaces de transformar las cosas en otras cosas, otros en crear ilusiones muy reales, otros que pueden invocar lo que deseen... pero todos tienen que comprarse el abono transportes a primero de mes. Un par de chavales terminan el instituto sin saber lo que hacer con sus vidas. Uno de ellos empezará un módulo de informática en otoño y el otro está pensando sin mucho entusiasmo la rama de químicas para "transformadores" como él. Entonces "pasan cosas" y se separan para, quizá, no verse más, pero se reencuentran en bandos enemigos años después en mitad de una guerra (y no, no quiero hacer un plagio de Gundam).
Make your choice, que dirían los de Alpedrete ^_^...