miércoles, 29 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 5-2: El sueño: 2996-2997

Posiblemente esta parte del capítulo es de lo que más me gusta de la primera parte de esta historia. La relación que tienen todos los miembros de la familia Marth me parece muy especial ya que cada uno es un mundo. 5 hermanos y los dos padres. Quizá, del que menos orgullosa me siento es del padre, que acaba por tener un papel casi invisible, pero que aun así forma parte del mosaico de esta familia como un elemento indispensable.

Está fatal que lo diga porque lo he escrito yo, pero el diálogo del final me ha hecho reír mucho después de haber escrito esas líneas así que creo que si algo puede sobrevivir a una segunda e incluso 3ª lectura, es algo que merece la pena. Podría ser todo así, la verdad, pero los ataques de creatividad fabulosa no pasan tan a menudo como querría...


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Delún se desesperaba. Su madre le había dicho que podían tardar en darle una respuesta, pero aquella espera absurda la estaba poniendo de los nervios. Consideraba que el tiempo era un tesoro y que se lo hicieran perder de aquella manera le parecía una falta de respeto tan horrible que una justa indignación le hacía maldecir a viva voz a las dos órdenes religiosas que gobernaban su país y que eran responsables de su futuro próximo.

Gracias a su madre, Delún había pedido una beca a la Orden de Mûmm, pero hasta que se la dieran podían pasar no sólo días o semanas, sino hasta años. El lema de vida de las sacerdotisas de la diosa era “Seguir el curso natural de las cosas”, o sea, que nadie iba a mover un dedo por gestionar la petición. Delún, en su furia, pensaba que esperarían a que una corriente de aire la depositara en la bandeja de tareas pendientes o algo así.

Su madre le pedía paciencia, pero era incapaz de estarse quieta y mucho menos de estarse callada. No podía esperar a que las cosas simplemente sucedieran. Tenía que ir al Delta YA. Pero no tenía dinero suficiente y, aunque se puso a trabajar para ahorrar, nunca conseguiría lo suficiente para todo el equipo. Aun con la beca necesitaría el dinero, así que mientras esperaba se dedicó a ganarlo. Pero era complicado. Su condición de yark la delataba adonde quiera que fuera y en pocos sitios la contrataban siempre por poco tiempo y con unos sueldos ridículos.

Siempre volvía a casa frustrada y cansada. Su padre trataba de consolarla, pero cuando la muchacha se ponía a enumerarle los obstáculos que le planteaban, el pobre y orondo señor se quedaba sin palabras y se limitaba a darle un beso y prometerle que tarde o temprano todo saldría bien.

Mientras refunfuñaba en la cocina una de aquellas tardes una mano helada se coló en su cuello haciéndole dar un grito. La chica se volvió y vio a uno de sus hermanos reír a carcajadas mientras esquivaba los manotazos de la muchacha.

-¡No se te ocurra tocarme con esas manos!- exclamó la chica furiosa. El joven, cinco años mayor que ella, no podía parar de reír.

-¡Venga ya, Peque!- dijo el chico.- Llego y, ¿qué veo? A la mocosa refunfuñando como una vieja en la cocina.

-Y si refunfuño, ¿a ti que te importa? ¡Todo es un asco! Estoy perdiendo el tiempo, Tamy, y mamá no me ayuda nada.

Tamian seguía riéndose de ella.

-Tenías que haber visto tu cara.- se rió con ganas ante la mirada digna de su hermana y luego hizo una imitación de burla de la chica estremeciéndose de frío. Delún se volvió muy ofendida y siguió haciéndose el sándwich.- Venga, mujer, no te pongas así, era una broma.

-Ya, pero estoy harta de verdad. ¿Por qué no me contestan ya? Hace casi 6 meses que envié la solicitud.

-Las cosas de palacio van despacio.- recordó Tamian sentándose a la mesa.- Quiero un bocata como el tuyo.

Delún miró su sándwich y se lo dio. El joven empezó a comérselo con ganas y la chica se hizo otro.

-¿Y tú?- preguntó ella queriendo cambiar de tema.

-Al final me han dado la plaza.- dijo el joven. Delún se volvió sorprendida y feliz.- ¿Acaso lo dudabas?

-¡Eso es genial! ¿Se lo has dicho a papá?

-Acabo de llegar, Delún, dame cuartelillo.- y le dio otro mordisco al bocadillo. Con la boca llena siguió hablando.- ¿Sabes que además me van a pagar las dietas?

-Vaya… el becario de oro.- dijo admirada la chica.- No sólo te pagan las prácticas, sino que además te dan de comer. Hermano, te admiro.

-Es que soy irresistible, Peque. Soy majo y trabajo bien. ¿Qué más se puede pedir?

Delún reía ante la falta de modestia de su hermano, pero no podía replicarle porque tenía razón, aunque al final se le ocurrió una pega.

-Que termines la carrera, por ejemplo.

-Bah, en 5 meses será historia.- dijo el joven con un gesto de indiferencia.- Y para entonces me habrán hecho socio de la empresa.

Delún volvió a reír mientras veía cómo los gemelos entraban en la cocina arrojando las mochilas a un rincón. Lans fue directamente a la nevera y Teir se dejó caer en una silla. Resopló.

-Qué asco de día…- comentó.

-Únete al club.- comentó Delún.- Lans, la leche se bebe en vaso, no a morro de la botella, pedazo de cerdo.

-Vale, mamá.- contestó con sarcasmo el aludido sin hacerle el más mínimo caso.

-¿Qué ha pasado?- preguntó Tamian.

-En primer lugar, llueve.- declaró Teir con solemnidad.- Eso hace que todo el centro de Dárminal esté hasta arriba de coches y no te puedas mover y llegues tarde a la clase donde distribuyen los temas del trabajo. Cuando llegas te dicen que te toca hacer el estudio comparativo de las líneas de diseño en los barcos de tonelaje medio del ejército en los últimos 100 años, o sea, un tocho de trabajo que ni te cuento. Cuando vas al Ministerio de Marina después de tragarte otros dos atascos y casi comerte a un subnormal al que deberían quitarle el carné te dicen: “Información reservada. No es posible acceder a esos archivos.” Claro, en ese momento flipas y dices: ¿Y cómo voy a hacer el puñetero trabajo? Vuelves a la facultad, sin haber comido y tras dos atascos más, hablas con el profesor y, ¿sabéis qué me dice, el muy imbécil?

-Que te busques la vida.- sugirió Tamian.

-¡Que me busque la vida!- exclamó indignado Teir alzando las manos al cielo.

-¡Bienvenido a la Universidad de Dárminal, hermano!- dijo Tamian radiante y dándole unas palmadas en la espalda.- Vete acostumbrando.

Teir resopló y miró con deseo el bocadillo que Delún tenía en las manos y sin tocar. La chica rodó los ojos y se lo dio. Se puso a hacer un tercer bocadillo.

-Lans, ¿vas a querer?- preguntó antes de hacerse ilusiones.

-Sí, venga.- contestó tras haber terminado por fin con la botella de leche.- Pues mi día ha sido mucho mejor, os lo aseguro.

Y sin esperar que sus hermanos le preguntaran sacó la cartera y de ella una foto de una chica rubia muy guapa. Tamian le dio la vuelta y vio un número de teléfono y un corazoncito dibujado. El mayor sonrió y miró a su hermano con orgullo.

-Me quito el sombrero, Lans.- el aludido respondió al cumplido con una inclinación de cabeza.- Y esta, ¿cuánto te va a durar?

Teir y Delún se rieron a carcajadas ante el dardo y miraron expectantes a Lans, que seguía sonriendo con suficiencia.

-No sé. Ya se verá. Ya sabéis que soy demasiado generoso como para limitarme a dar amor a una sola durante mucho tiempo.

-Ah, sí, claro…- comentó Delún mirándole con diversión escandalizada y dándole el bocadillo.- Eres un cabrón, Lans. No sé ni cómo puedes ser mi hermano.

-No te preocupes, Delún.- dijo Tamian guiñándole un ojo a Teir.- Caerá, algún día caerá y se pillará de verdad por alguna chica y entonces sufrirá porque fijo que no le hará ni caso.

Lans rió ante la idea.

-¡No ha nacido mujer que se resista a mis encantos, Tamian!

-Y pensar que tú tienes mi cara…- dijo Teir.- Qué vergüenza…

Los cuatro hermanos siguieron conversando y riendo hasta que llegó el padre de familia, alto y enorme y empezó a repartir abrazos y besos a sus hijos.

-Hijos, han ascendido a Kair.- declaró sonriente.- Ahora es cabo de la marina. Vuestra madre me lo acaba de decir por teléfono.

-Vaya, ahora estará insoportable…- comentó Lans alzando una ceja. Sus hermanos rieron por lo bajini porque en realidad estaban de acuerdo.

-Le darán permiso dentro de una semana y vamos a ir a celebrarlo por todo lo alto.- informó el padre.- Y será mejor que no os paséis mucho con él, chicos. Ahora más que nunca es posible que le llamen a filas.

El aire de broma se disolvió como por arte de magia. El rumor de guerra que se empezaba a respirar entre Tonkul y Kadondor había puesto en alerta a todo el continente, y muy especialmente a Airedian, la principal interesada en que Kadondor se independizara. El hecho de que al final hubiera guerra hacía que la situación del mayor de los hermanos se volviera insegura. Todo lo locos que eran los hermanos menores, lo compensaba el mayor, Kair, con una disciplina férrea y una voluntad irrompible. Con casi 27 años, el mayor de los Marth se había alistado hacía unos 3 años y desde entonces no había recibido más que menciones de honor y mayores responsabilidades. Por fin llegaba el ascenso y todos sabían que no sería el último. Kair tenía el ejército en la sangre, aunque nadie en su familia podía explicarse por qué, aunque su padre sospechaba que aquello sólo podía venir de la familia de su mujer.

Se les hizo tardísimo, como siempre. Al final Tamian y Delún se quedaron solos en el salón viendo la tele, medio dormidos, pero decididos a no acostarse hasta bien entrada la madrugada. Tamian cambiaba de canal una y otra vez sin ver realmente lo que había en cada cadena.

-Peque… a la cama.- dijo con voz pastosa.

-Voy.

Pero ninguno se movió, uno tirado en el sofá con las piernas en la mesa y la otra tumbada con la cabeza en las piernas de su hermano.

-¿Qué crees que habrá en ese baúl?- preguntó Tamian tras un rato.

Delún se incorporó con pesadez y le miró con sueño. Suspiró.

-No lo sé. Pero estoy segura de que cuando cierre los ojos volveré a ver ese monasterio caer una y otra y otra vez.- suspiró de nuevo.- Es como una pesadilla.

-¿Has probado con la valeriana?

-Sí, y con la meditación, el agotamiento y los somníferos.

-¿En serio?

-Una vez se los quité a mamá, pero como no funcionó no volví a tomarlos.

-¿Y aun así sueñas lo mismo todas las noches?

-Sí. Por eso no puedo soportar la espera de la Orden. Necesito saber si me dan la beca ya o me volveré loca. No puedo dormir bien desde hace meses. No puedo más.

Tamian la miró con los ojos a punto de cerrársele por sí mismos y meneó la cabeza.

-Da igual, te tienes que ir a la cama.- se levantó y tiró de ella.- Vamos.

-Jo… Si total, para lo que voy a durar dormida…

-Menos excusas, que si no luego mamá me mata.

Caminaron hacia el piso de arriba. Delún preguntó en un susurro.

-Viene mañana, ¿no?

-Sí.- Delún se paró en su perta y la abrió. Tamian le dio un beso rápido en la cabeza.- Buenas noches, Peque.

-Nasnoches, Tamy.

martes, 28 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 5-1: El sueño – 2996-2997

Delún estaba inquieta en su cama. Dormía intranquila. Perlas de sudor se deslizaban por su frente delirante. Entonces alguien puso un paño tibio en la frente de la muchacha. En ocasiones abría los ojos y se debatía entre las brumas de un duermevela que ya duraba dos días. La joven, que había salido de la Residencia Yark de la provincia de Dárminal, en Airedian, hacía 6 días, había caído enferma tres días después y la fiebre la había atrapado con mandíbulas de acero.

En sus sueños confusos se mezclaban las caras de sus padres y sus hermanos con paisajes rocosos donde un río enorme se abría al mar en numerosos hijuelos que se dividían entre extensiones de tierra pantanosa y marismeña. Entonces, mientras notaba cómo la introducían líquidos abrasadores por la garganta, sentía cómo la tierra de sus sueños temblaba y un enorme edificio de piedra, sólido como una montaña se derrumbaba por el temblor. Y como si fuera un pájaro veía la escena, donde decenas de figuras de sacerdotes salían del edificio antes del derrumbe y una vez más se volvía a derrumbar. Entonces un paño húmedo tocó su frente de nuevo haciendo que la visión a vista de pájaro se convirtiera en una visión que atravesaba la piedra y el polvo de la catástrofe. Y allí, al fondo, más profundo que las montañas de restos, más profundo que el suelo resquebrajado, en un sótano abovedado de techo bajo que había soportado el terremoto, había un baúl de madera. Entonces caía de nuevo en la oscuridad, vencida por el cansancio.

Pero entonces, cuando creía que no iba a volver a ver ninguna luz, su habitación volvía entre brumas y veía la cara de su madre que le metía a duras penas algo de alimento y agua en su cuerpo. Pero ella lo rechazaba. Todo le asqueaba. No podía dejar de ver ciudades enteras arrasadas por una guerra silenciosa que había dejado cadáveres por todas partes y en el centro de todo un hombre y una mujer cogidos de la mano mirando alrededor, satisfechos de su obra. Y después el mismo río, frío esta vez, el mar a lo lejos rugiente y feroz y la ruinas del Monasterio continuaban allí, pero más viejas, más derruidas, más cubiertas por la maleza y más ocultas. Entonces su corazón comenzó a latir violentamente cuando vio pasar los días y las noches a tal velocidad que le quitó el resuello durante unos segundos. Luego la calma. El mismo paisaje y el sol saliendo por el este, pero un sol frío, de invierno mientras llovía tristemente en la costa dura. Entonces se vio a sí misma señalando el lugar donde estaba el cofre. Y cayó de nuevo en la oscuridad.

Los rayos del sol entraban en la habitación a través de la ventana.

A medida que el planeta se movía, las sombras se iban trasladando, bajando a lo largo de la pared, iluminando los póster de su cantante favorito, un jovenzuelo rubio y con cara de mármol que hacía furor entre las adolescentes airedianas. Al fin el sol se posó en el rostro durmiente provocando que sus ojos se abriesen un milímetro para volverse a cerrar evitando el daño de los rayos de luz. Lentamente la joven se incorporó restregándose los ojos con una mano y arrascándose la cabeza con la otra. Se desperezó con un gran bostezo y miró a su alrededor. Era su habitación. Miró el reloj de la mesilla: las 10:27 de la mañana. Sonrió satisfecha por haber dormido tanto. Volvió a bostezar tomando conciencia de lo bien que se encontraba después de casi 12 días de enfermedad.

Una vez hubo desayunado, demasiado para su gusto, pero su madre con el tema de la comida era inflexible, se fue al baño a lavarse. Realmente había salido de la fase fuerte de la enfermedad, de la fiebre altísima y la gastroenteritis, hacía apenas unas 36 horas y no se había levantado de la cama en toda la enfermedad hasta aquella mañana en la que se sentía no sólo reanimada, sino también fortalecida. Mientras se desnudaba para meterse en la bañera se fijó que en verdad había adelgazado. Movió los brazos y se notaba los miembros adormecidos y laxos, sin fuerzas. Empezó a dudar de su recuperación relámpago.

Mientras mecía las manos en el agua caliente y dejaba que el aroma del jabón y las sales llenara sus fosas nasales pensaba en la única imagen que ocupaba su mente: las ruinas en la costa verde. Por alguna razón ese pensamiento le provocaba una sensación de apremio que no comprendía, pero que la ponía nerviosa. Con cuidado cogió su toalla y se secó. La idea de que su cuerpo estuviera débil, frágil y torpe la instó a salir a pasear para empezar a moverse. Y aunque no lo quisiera admitir, esa necesidad de salir también estaba provocada por el sueño que tuvo en medio del delirio.

Caminaba tranquila bajo una brisa fría y húmeda proveniente del mar. El aire traía olor a sal y el grito de las gaviotas y cormoranes. Entonces su mente volvió con una fuerza tremenda al sueño y lo empezó a revivir tal y como lo había visto entre los delirios de la fiebre. Delún había dejado de ver el puerto, había dejado de ver la playa de su ciudad, la gente y los coches. Sólo veía el monasterio cayendo una y otra vez y cubriéndose de hierbas y de años mientras el sol y la luna continuaban infatigables su ascenso y descenso por tantos días que la chica perdía la cuenta. Sin que se diera cuenta de lo que hacía se había parado en seco en medio del paseo con los ojos muy abiertos y apretando los puños. Una vez pasó y volvió a ver su mundo soltó el aire con fuerza. Había estado reteniendo la respiración durante toda la visión. Notó un dolor en las manos y cuando se las miró vio que se había clavado las uñas y se había hecho sangre. La gente a su alrededor la miraba extrañada. Por suerte no podían saber que era yark, pues su marca, en un hombro, solía estar oculta, y más en invierno.

Delún se asustó. El sueño que había tenido con 40º de fiebre se había repetido aquella noche que ya estaba bien, y ahora, a plena luz del día y estaba despierta. ¿Sería un mensaje? ¿Una visión el futuro? No, no podía ser del futuro pues en el sueño pasaban muchos soles y muchas lunas. Era una visión del pasado. ¿Y el baúl? ¿Qué contendría? ¿Es que debía encontrar ese baúl? Algo la decía que tenía que encontrar esa caja. Pero, ¿dónde puede haber unas ruinas cubiertas totalmente de vegetación en la larguísima costa de Helimde? ¿Dónde empezar a buscar? Sea donde fuere que estuviera el monasterio, era evidente que ese edificio era, efectivamente, un monasterio. Como buena airediana había visto los suficientes monasterios como para identificarlos a 100 Km. Y muy posiblemente un monasterio de Soran, por lo geométrico y sólido del edificio. Pero el estilo era muy antiguo. Delún no podía identificar la época así que fue a su casa y le pidió a su padre que la llevara hasta la Biblioteca de Dárminal, la más grande de Helimde y rival de la de la Universidad de Basabeth.

En sus años en la Residencia de la Provincia de Dárminal, había dado clase de literatura con una mujer nandoriana que entre autor y autor les explicaba que la biblioteca de la capital era el único sitio en todo Mûmm en el que cualquier duda podía ser resuelta. Y con esa idea iba Delún, y con la intención de que el Doctor Jenem la recibiera como una vez prometió que lo haría.
-Pase.- dijo una voz de anciano al otro lado de la puerta.

-Hola, Doctor Jenem. – dijo Delún con una sonrisa mientras se apresuraba a dar un achuchón al venerable anciano.

-¡Hola, niña! ¡Cuánto has crecido! ¿Cuánto hace que no nos vemos?

-Desde los exámenes de Reinserción, Doctor. Hace ya 7 meses. –contestó azorada por el comentario sobre su altura, que no era mucha y era fuente de bromas entre sus hermanos.

-Entonces ya estarás en tu casa, con tus padres.

-Sí, señor, desde hace quince días.- contestó Delún satisfecha.

-Y dime, ¿quieres consultar la biblioteca? Porque para eso estás aquí, supongo.- dijo el anciano fingiendo un mohín.

-Y para verle a usted, Doctor. Pero sí, necesito alguna información.

-¿Sobre qué?

-Historia del Arte. Más concretamente estilos arquitectónicos antiguos.

El viejo pareció pensar un momento y luego con mano temblorosa cogió el teléfono y mandó llamar a una persona. Un tal Neum. Tras contar las batallitas de rigor y las noticias más relevantes un hombre de unos 55 años, alto y de complexión delgada entró en el despacho.

-Señor Neum, esta es una ex-alumna mía y necesita información sobre arquitectura antigua.

El tal Neum torció visiblemente el gesto. Jenem había sido uno de los primeros doctores universitarios que habían accedido a enseñar en las residencias yark y Neum no lo aprobaba. Opinaba que los yarks debían ser educados hasta cierto punto, porque para lo que iban a hacer en la vida… Le parecía un desgaste inútil de recursos y personas. Así que dedujo inmediatamente que Delún era yark. Pero como Jenem era su jefe accedió sin rechistar a ofrecer la información que le pedía.

Delún notó el gesto de desagrado de Neum y temió que no le diera toda la información necesaria. Odiaba la idea de tener que irle al Doctor Jenem con el chivatazo de que Neum no la había querido ayudar. Pero en el caso de que así fuera no tendría otra opción.

Tras atravesar pasillos marmóreos, brillantes y enormes recubiertos de vitrinas llenas de volúmenes antiquísimos llegaron a una puerta con un letrero a un lado: ARQUITECTURA. La puerta abría a una sala amplia, bien iluminada con numerosas maquetas distribuidas en otras tantas mesas en el centro de la sala. En las paredes se habían colocado vitrinas con muchísimos libros. Las paredes subían hasta una altura de 50 metros. Cada 10 metros un suelo de cristal separaba los diferentes pisos donde seguían disponiéndose maquetas y estanterías de igual modo que en el primer piso.

Entonces Neum le pidió que le explicase cómo era el edificio que había visto para hacerse una idea de su estilo y localizarlo en el tiempo. Delún le dio algunas características y al momento Neum asintió y subió unas escaleras haciéndole a la chica una señal para que le siguiera. Delún lo hizo y vio cómo el hombre se acercaba a una maqueta. Delún sonrió alborozada al ver que la maqueta se parecía tremendamente al monasterio de su visión, pero no era igual. Se lo hizo saber a Neum, que silenciosamente volvió a asentir.

-El estilo del monasterio que viste es de lo más antiguo de la arquitectura posthecatombeana. Posiblemente un prototántaro. Quizá estemos hablando de un edificio construido en los primeros 100 años después de la Hecatombe.

-¿Y en qué zonas se dio ese estilo?

-En la costa. Sobre todo aquí en Airedian y en la costa Nandoriana. Si mal no recuerdo… espera.- Neum se dirigió a las paredes forradas de vitrinas y después de recorrer con la mirada unas cuantas se paró delante de una, abrió la portezuela y sacó un volumen bastante nuevo, con fotografías a color y un apéndice electrónico que podía introducirse en una computadora. Frente una ventana había un ordenador. Neum se dirigió hacia el aparato seguido de Delún. Una vez allí, conectó el libro al ordenador y apareció un menú. Tecleando con rapidez apareció ante los ojos de la chica un mapa de la costa airediana y nandoriana. Entonces vio el Delta del Dohnabri y muchos puntos a su alrededor. La luz se hizo en su mente.

-¿Sabe usted si hubo algún terremoto en aquella época?- preguntó Delún a la aventura, pues no creía que Neum pudiera solucionarle esa duda.

-Pues sí, ahora que lo dices.- contestó Neum dejando asombrada a Delún.- De hecho hay multitud de ruinas provocadas por un gran terremoto en el pasado remoto en esta zona del Delta.- alzó una mano para señalar una zona en la pantalla. Ésta abarcaba toda la orilla sur de la desembocadura del río más caudaloso de Helimde.

Delún dio un paso atrás para dejar levantarse a Neum y dándole las gracias se marchó.

De acuerdo, ya sabía dónde buscar. No tardaría mucho en partir hacia Nandorian en busca del monasterio derruido y de ese cofre misterioso que inundaba su pensamiento.

domingo, 26 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 4: Un bebé – 2986

Hola.

Antes que nada quería compartir con vosotros la feliz noticia: tengo gato nuevo. Es un gatito precioso, negro con los ojos azules (o grises, la verdad es que no lo tengo muy claro). Es diminuto, inquieto y muy curioso. Aunque ha estado un buen rato bajo el sofá, al final se ha decidido a salir y explorar. Ya sabe dónde está la comida y el agua y por dios que me alegro que también sabe dónde está su arenita (y cómo usarla). Ahora olisquea el portátil y me deja sobarle, lo cual es un enorme avance en apenas 4 horas desde que llegó a casa.

Estoy tan contenta de tenerle que no he podido evitar la tentación de contároslo ^_^.

Ahora sí, el capítulo de hoy (que además, está entero).

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La luna brillaba sobre las aguas del río Basadri aquella noche de verano. En la orilla norte, encaramándose sobre una colina que se había visto cubierta de edificios hacía mucho tiempo, vigilaba la capital de Nandorian, Basabeth.

La urbe bullía de actividad aun a aquellas horas de la noche. Los coches, las luces, los ruidos, la música… las noches de verano de Basabeth eran un verdadero espectáculo reconocido en todo Helimde.

Sin embargo, en lo alto de la colina que coronaba la ciudad y que constituía el Palacio Real y el Palatino, el silencio era absoluto. Todo parecía haberse quedado en suspenso. La ciudad había aguantado la respiración durante todo el día, aunque apenas se apreciara. Sólo en el núcleo político se notaba de verdad aquella preocupación, aquel momento de tremenda expectación.

En uno de los pasillos del Palacio Real una mujer caminaba a paso vivo mientras abrazaba con cuidado un bultito envuelto en una sábana y que dormía profundamente. Cuando llegó al final del pasillo un hombre recogió el bultito con cuidado y se lo llevó. La mujer suspiró apenada y cerró la puerta. Sólo el tiempo decidiría si lo que acababan de hacer era lo correcto.

A la mañana siguiente un portavoz de Palacio apareció en una rueda de prensa con gesto compungido. “El bebé nació muerto”

Ya estaba. Ya se había hecho. Cualquier rumor se acallaría en las próximas semanas. Palacio tenía el poder y la influencia para controlar a los medios de comunicación hasta cierto punto, y si se seguían los pasos que habían diseñado, no habría nada que lamentar. Y no había sido nada fácil.

Un escándalo así habría bastado para que la facción ultraconservadora del Palatino se alzara en rebelión y desposeyera a la Casa Real de Kieth de su poder como Jefatura del Estado. Y eso era algo que como Reina no estaba dispuesta a permitir. Sabía que si esa facción conociera la verdad, no sólo la destituirían, sino que además mandarían a su hijo a algún lugar lejano donde crecería desgraciado y solo. Y eso era algo que como madre, no podría soportar. Llegaría su momento, lo sabía, algún día lo recuperaría, le contaría la verdad, le abrazaría y escucharía de sus labios: Mamá…

Pero ahora no.

La situación era muy delicada dentro del Palatino. Sus propuestas de reforma de la Carta de Estado no habían sentado nada bien en algunos sectores. Por fin reconocía la autoridad de las provincias en algunas materias administrativas, ampliaba el sufragio a la universalidad y aprobaba ciertas medidas aperturistas con respecto a los yarks que habían sido calificadas de revolucionarias.

Había conseguido un sorprendente apoyo popular una vez se hicieron públicas estas propuestas, pero el Palatino, órgano consultivo en algunas materias, pero decisivo en otras muchas, lo había vetado con una mayoría simple que había bastado para retrasar la aplicación de las reformas durante meses. Los diputados conservadores creyeron ganar esa batalla, pero no contaron con el extraordinario apoyo popular que recibió la propuesta de la Reina. Hubo manifestaciones, debates televisivos, repercusión mediática en todos los ámbitos, incluso se habían escrito ensayos al respecto. Muchos dijeron que un rechazo así del Palatino no era sino una manera absurda y retrógrada de retrasar un cambio que se hacía necesario desde hacía décadas.

Especialmente con el tema de los yarks.

Tras decenas, si no centenas de estudios, se había llegado a la conclusión de que la probabilidad de que el hijo de una pareja naciera yark era tan remota como probable. Nunca se encontró el porqué de su peculiaridad. Nada en sus genes, ni en su cuerpo, ni en su cerebro, ni en nada. Nada. Eran tan humanos como el resto excepto en los tres puntos de queratina negra que decoraban alguna parte de su cuerpo.

El nacer yark era un accidente. Casi tanto como nacer niño o niña. Y todos, sin excepción, debían ser internados en Residencias Yark desde pequeños siendo ésta una norma de alcance general para todos los países. La diferencia entre unos y otros estribaba en esas Residencias. En Nandorian las Residencias Yarks eran como internados normales a los que los padres podían ir a visitar a sus hijos, se permitían visitas, la educación era razonablemente buena y se trataba a los críos con el cuidado y el respeto que se debía. Eran, al fin y al cabo, sólo unos niños.

Eso sí, cuando salían, todo cambiaba. Se les hacía muy difícil encontrar trabajo. No se les permitía acceder a la Educación superior en centros públicos y la administración y el ejército también les estaban vedados. También les resultaba muy difícil recibir asistencia médica y tenían que personarse en alguna jefatura de policía cada mes y medio para fichar y hacer un resumen detallado de lo que era su vida, sus actividades, sus amigos y sus movimientos.

Y esta era una situación insostenible para muchas personas. De hecho, la gente había empezado a no cumplir la ley en algunos puntos tan absurdos que, al cabo de varios años de incumplimiento sistemático, se dio por cancelada tal norma en la vida real. Pero legalmente seguía existiendo. Lo que hacía la reforma de la Carta de Estado de la Reina, era poner en papel todos esos cambios de facto que se habían ido produciendo a lo largo de los años. Si se convertían en prácticas legales miles de personas encontrarían sus vidas más fáciles y muchas personas más podrían hacer lo que siempre habían hecho ahora con la tranquilidad de no estar infringiendo la ley. Por eso habían sido unas reformas tan bien acogidas.

Así que lo que pareció en principio una batalla ganada al paralizar la reforma, se convirtió en la lucha política más encarnizada y larga de la historia de Nandorian.

Y en mitad de todo aquello… la Reina tuvo un hijo.

El día después del nacimiento, todos los nandorianos estaban frente a una pantalla de televisión viendo las noticias que llegaban a cuentagotas de Palacio. La Reina estaba bien. El parto había sido rápido y limpio, pero el bebé había nacido muerto.

Toda la alegría que había empapado la ciudad de Basabeth desde el día del anuncio del estado de buena esperanza de la Soberana, se difuminó en un velo gris y pesado de decepción y tristeza. Las reformas y aquel niño habían empezado a simbolizar lo mismo. Algo nuevo, algo precioso y vivo estaba por nacer y vendría para armonizar por fin una vida que a medida que pasaba el tiempo se hacía más difícil por causa de una legislación y unas instituciones atrasadas en el tiempo.

Que el hijo de la Reina hubiera nacido muerto fue como un chorro de agua fría para todos.

Y la primera en saber que algo así ocurriría era la misma Reina. Era estremecedoramente consciente de que anunciar la muerte de su heredero supondría un golpe, si no de muerte, sí de extrema gravedad para su estrategia política. Sin el apoyo popular su fuerza se reducía a su minoría en el Palatino. Lo sabía. Pero no podía exponer a su hijo a las insidias de una capital gobernada por unas personas que ansiaban el poder de la Corona para sí.

Su hijo era algo precioso, algo nuevo, tan importante… que tendría que esperar a su tiempo para descubrirse como tal.

Hasta entonces lloraría su ausencia.

jueves, 23 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 3-2: Una niña - 2987

Teniendo en cuenta que no he actualizado mucho esta semana, hoy sesión doble ^_^.

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Hola Mamá y Papá:


Os echo de menos y no sabéis cuánto desearía que estuvierais aquí conmigo. A veces me siento muy sola y aunque no tengo tiempo para aburrirme os aseguro que parece que a veces cada segundo durara años enteros. Aunque no os preocupéis; pronto podréis venir a Tanator, vosotros y todos los de la Reserva. Nunca más viviréis apartados. Os prometo que las reservas desaparecerán y viviremos todos juntos, como en Airedian o Nandorian. Incluso más aún, porque no pienso permitir las Residencias Yark para que los niños yarks se críen con sus familias y no lejos de ellas. Quizá si cunde el ejemplo todo Helimde cambie su actitud.

Pero ahora os escribo para advertiros y para protegeros. Sabéis bien que Tonkul está detrás de mí. Mis amigos me protegen, pero pronto tendremos que salir de nuestro escondite y plantarles cara. Jon Pathui me ha ofrecido su ayuda y me va a nombrar Ayudante de la Presidencia para que aprenda “el oficio” como él dice. Es un señor muy simpático, aunque un poco débil. Está enfermo, pero su debilidad no es física. Es un idealista, pero le falta fuerza, iniciativa. Tiene grandes ideas y sabe exponerlas, pero siempre espera a que alguien a su alrededor las lleve a cabo. Ahora ha pensado que yo podría llevar a cabo su ideal. Dejaré que lo piense, que crea que me ofrece una ayuda indispensable, que su cargo me respalde tanto dentro como fuera de Kadondor. Que lo crea. A mí me conviene porque tiene razón. Si quiero que los Aliados me hagan caso le necesito a él como aval. Al fin y al cabo soy menor de edad.

He conocido a mucha gente en estas semanas, ¿sabéis? Es increíble la cantidad de gente brillante que hay desperdigada por el mundo sin que nadie se dé cuenta de que están allí y que quieren utilizar su talento para algo. Por ejemplo, hoy mismo me han presentado a un chico de la Ribera (ya os podéis imaginar los hombros que tiene, de tanto remar) que tiene la memoria fotográfica más impresionante que he visto. Ha dibujado los planos de dos ciudades en apenas una hora ¡de memoria! Me ha dejado pasmada. Es cabo en el ejército, pero tiene dotes de mando y es listo. No creo que tarde en ascender. Se llama Teren y la verdad es que es guapo… (No sé cómo puedo estar escribiéndoos esto a vosotros, así que imaginaos lo sola que estoy).

Y hablando de todo un poco, ¿sabéis que pronto iré a Basabeth? ¿¿Os lo podéis creer?? Pathui me va a llevar. En secreto, claro. Los tonkulianos jamás me dejarían abandonar la isla, pero nunca lo sabrán. Pues sí, vamos a ver a la Reina Kiara de Kieth y a hablar con el Palatino. Es posible que visitemos las otras capitales para hablar con todos los gobiernos y anunciarles nuestra futura independencia. Pathui dice que hay que ir preparando el terreno porque necesitaremos aliados. Y la verdad, me ha parecido bien. Me pone nerviosa retrasar el alzamiento, pero he de reconocer que tiene razón. A veces me hace gracia el esfuerzo que pone en implicarme en sus planes. Al fin y al cabo sabe que quien controla la verdadera fuerza de Kadondor soy yo. No me veis, pero me estoy riendo. Quién lo hubiera dicho, ¿verdad? Hace 2 años salí de la Reserva para estudiar y ahora miradme. Nunca os podré agradecer lo que habéis hecho por mí y lo único que se me ocurre es devolveros la dignidad que por ser yarks nunca os dejaron tener.

Papá, Mamá, por favor cuidaos y no salgáis de la Reserva. Al menos aún no. Las cosas están muy tensas y en adelante nuestro hogar será el único reducto de paz que le quedará a la isla. Aprovechad ser el último eslabón de la cadena y escondeos. Vuestra hija va a sacudir el mundo y no quiero que os pase nada. No sé cuándo podré volver a escribiros, así que si no sabéis de mí no os preocupéis, estaré bien.

Un beso muy fuerte de vuestra hija.

Dareina.




En realidad la guerra, la verdadera batalla, no empezaría hasta casi 11 años después, a finales de la primavera de 2998, cuando las estratagemas de Pathui no dieron más de sí. Dareina había aprendido tiempo atrás a ser paciente y a observar. De Pathui aprendió que a veces dar rodeos es la manera más directa de llegar al objetivo, que la prudencia no es cobardía y que la planificación es tan importante como la voluntad. Lo que en un primer momento le había parecido debilidad, falta de decisión, ahora le parecía sabiduría y saber hacer. Mentalmente se reprendía cuando la impaciencia y la lentitud la exasperaban, pero entonces recordaba a Pathui y trataba de imaginar lo que él haría.

Pathui había sido su maestro y mentor durante los últimos 11 años y ahora, cuando el cáncer le tenía en cama, completamente sedado y al borde de la muerte, lo sentía como si fuera su mismo padre quien estaba tan enfermo. Desde hacía un par de años había asumido la completa totalidad de las competencias del Gobernador, pero ahora, cuando era de verdad que aquel hombre le faltaba, sentía que aquello pesaba mucho más de lo que había pensado.

Pero un buen día Tonkul decidió que el monstruo kadondorio se había vuelto demasiado grande y voló a la isla a destruirlo y Dareina por fin vio su momento. Ahora, siendo Gobernadora en funciones y con un ejército bien armado y preparado aunque pequeño y poco experimentado, hizo frente a las primeras embestidas tonkulianas y vivió para contarlo. Los días de batalla continuaron, los días se convirtieron en semanas y meses y cuando nadie hubiera dado nada por Kadondor, el mundo empezó a tomarse en serio a la isla y todos los tratados que habían firmado años atrás.

El peso del gobierno era brutal cuando arrastrabas una guerra, pero Pathui la había enseñado bien y ella tenía sus propios recursos, cada día era un mundo y aprendía con facilidad. Quizá fuera joven, pero a los 27 años había estado ya 12 haciendo ese trabajo y maldita fuera si no sabía hacerlo a esas alturas.

Mûmm - Capítulo 3-1: Una niña - 2987

Si alguien quisiera abarcar la isla de Kadondor tendría que pensar muy bien cómo querría hacerlo porque lo hiciera como lo hiciera le iba a costar esfuerzo y tiempo. Lo geólogos confirmaron hace tiempo que más que una isla, Kadondor es un subcontinente atado al megacontinente de Helimde por una lengua de tierra que actualmente queda sumergida por el mar de Tath en lo que hoy se llama el Estrecho de Tath, una grieta de más de 150 kilómetros de ancho que separa ambos continentes. Pero nadie en toda Mûmm diría que Kadondor es un continente. Lo más seguro es que te miraran confundidos y te dijeran: No, no, Kadondor es una isla, grande, pero una isla.

Kadondor es una isla inmensa, efectivamente. Es lo suficientemente grande como para participar en tres climas planetarios. De hecho, el ecuador del planeta la divide en dos como si fuera los dos pedazos de pan de un bocadillo. Así que si alguien quisiera abarcar la isla tendría que planear muy bien cómo querría hacerlo para no quedarse tirado a mitad de camino.

Al norte, bordeando el Mar de Tath y con la costa de Helimde a 150 kilómetros de distancia, se encontraban las ciudades más importantes y los puertos con mayor tráfico. Kadondor siempre había sido un importante centro de comercio y, desde hacía un tiempo, un foco de turismo importante. Sus playas de arenas blancas y finas, su clima permanentemente cálido, sus hermosas selvas y la belleza de sus estaciones de esquí en las imposibles crestas de la cordillera del Corazón de Mûmm al sur, la hacían un diamante en bruto para los tour-operadores de todo el continente. De esta manera Kadondor obtenía unos ingresos impresionantes en divisas y en cierto modo, mayor sensación de libertad a medida que los turistas traían ideas y formas de vida que, para los kadondorios, habían sido completamente prohibidas y desconocidas hasta entonces.

Kadondor era, a pesar de todo, una colonia, y su metrópoli era Tonkul. ¿Cómo era posible que una isla tan enorme con una población que casi igualaba a la de Tonkul y con una riqueza 3 veces mayor que la de la metrópoli siguiera bajo el yugo de los Cuatro Generales? Muchos se hacían esa pregunta, pero pocos, dentro de la isla, osaban contestarla. Quizá descubrieran que el malvado opresor, el invasor atávico, el maligno tonkuliano que los tenía bajo su bota, fuera ya tan parte de ellos que casi no podían contemplar otra posibilidad de existencia. Tonkul había entrado y salido de la isla tantas veces a lo largo de los últimos 2400 años que apenas había diferencias entre ellos. Aunque sí que las había, muy profundas y muy evidentes. Tanto, que en realidad uno no sabía hasta qué punto se parecían los kadondorios con los tonkulianos hasta que no les conocía de verdad.

Los kadondorios eran gente cálida, como su clima, con una profunda idea de grupo, de pueblo compacto y unido. Solían tener una manera de pensar en la que el bien grupal prevaleciera sobre el individual aunque se tuvieran que hacer algunos sacrificios. Consideraban que si se quería encontrar el mayor bien para todos era tratar de que el mal fuera lo más pequeño posible. Jamás creyeron en la victoria total así como nunca contemplaron la derrota total. Lo kadondorios eran unos negociadores natos, así pues, como negociadores que eran, tenían gran interés en saber muy bien qué era lo que podían ofrecer y qué era lo que más necesitaban. Los kadondorios eran, en general, unos gestores implacables, exactos y organizados. Un grupo no puede sobrevivir si los recursos se malgastan o se manejan con torpeza. En muy pocas ocasiones la isla sufrió hambrunas o periodos de escasez extrema y muchos historiadores creyeron ver una fuerte influencia cultural kadondoria en la etnología de Tonkul, pero había tantos estudiosos apoyando esta teoría como exactamente la contraria. La realidad era que, fuera quien fuera quien influenciara a quien, Kadondor era así y gracias a que era así Tonkul podía sobrevivir.

Kadondor alimentaba en un 90% a su metrópoli. Tonkul apenas cultivaba nada para autoabastecimiento y era también en la isla donde estaban las principales factorías y centros de producción. Además Kadondor podía importar productos de los países Aliados del continente, como telas de Airedian, tecnología jathana, alimentos y materias primas de Múrnibor y de todo un poco de Nandorian. Kadondor era una colonia, pero con un gobierno propio y una autonomía casi completa en el plano económico internacional. Casi todos estaban satisfechos con la situación. La isla era próspera.

Pero cuando desde una instancia superior te imponen leyes y normas que lo único que hacen es desestabilizar la cohesión social, crear lagunas de odio y resquemor y, en general, tratar de quedar como vencedor absoluto en un pueblo que no contempla tal posibilidad, aparecen nódulos de resistencia. En realidad, lo que provocó todo el maremagno posterior fue una serie de factores que tardaron varias décadas en dar su fruto, pero que sólo maduró cuando una adolescente de 15 años, estudiante de la Academia de Tanator, capital de Kadondor, escribió un artículo en el periódico de su escuela con tal vehemencia y sentido común que pronto el artículo rodó por periódicos nacionales, internacionales, televisión, radio y por todas los anillos de noticias, comentaristas y foros de la Red.

No hay nada como decir las palabras adecuadas en el momento oportuno y aquella muchacha lo había hecho. Quizá, si la isla no se hubiera acostumbrado a la presencia de extranjeros en sus ciudades con otros modos de pensar y otras maneras de ver el mundo más allá de Tonkul, si no les hubieran llegado noticias de gente que podía mantener contacto con sus hijos nacidos yark durante toda su vida sin temor a que los desterraran o los encerraran o peor, si no hubieran tenido que soportar levas sorpresa por el ejército tonkuliano cada poco tiempo, si no les hubieran gravado con impuestos imposibles las comunicaciones con el “exterior”, si no trataran de encerrarles en una jaula de cristal, si Jon Pathui, Gobernador de Kadondor no hubiera “adoptado” a aquella muchacha dando credibilidad y respaldo político a lo que promulgaba en su artículo escolar, no hubiera pasado nada.

Jon Pathui estaba mayor. Tenía 67 años, pero se sentía agotado. Un cáncer se lo estaba comiendo por dentro desde hacía años y tenía toda la pinta de seguir haciéndolo durante muchos años por delante. Aquel cáncer era tratable y, bien medicado, podía vivir muchos años aún, pero poco podía hacer para negar lo evidente. Antes o después moriría. Así que a aquellas alturas de su vida, en lo único que podía pensar era en un retiro tranquilo y sosegado. Convocaría unas primarias y saldría el nuevo candidato a Gobernador. Después mandaría las instancias a Kush y los Generales lo aprobarían. Cedería el puesto y podría ir a vivir sus últimos años junto con su mujer y sus dos perros. Y habría sido un buen plan de no haberse topado con aquel artículo. Le sacudió con tanta fuerza como a todos los que osaron poner sus ojos sobre él, pero quizá, sólo por ser quien era, a él le conmovió de una manera aún más profunda.

Jon Pathui pensó que aquel artículo despertaba viejos recuerdos, viejas ansias que había olvidado años atrás entre las mieles del aparente éxito, la aparente prosperidad de su isla y de la amargura de la enfermedad que le iba apagando día a día. ¿Tan cómodo se había sentido durante tantos años como para haber olvidado lo que le había llevado a presentarse a aquellas primarias dos décadas atrás? En aquel momento el vigor de la madurez recién estrenada aún vibraba en él, sus ideas reformistas y su espíritu emprendedor habían logrado un impulso en la isla que nadie podía negar, pero lo que había ido dejando para otro momento, lo que había estado ahí siempre oculto por otras cosas más urgentes o más “importantes”, había acabado en lo más profundo del baúl de su vida. Lo que más había ansiado sin siquiera ser consciente de ello era lo que decía aquel artículo. Quería a su isla como si fuera una antigua amante, como el ser que le había hecho como era, como la misma ansia de vivir. Quería verla radiante, feliz, hermosa y próspera. Y creía, hasta entonces, que lo había logrado. Pero hasta ese artículo se había olvidado de lo más importante.

Jon Pathui, al igual que todos los isleños, deseaba con toda su alma ver a su isla libre.

Por supuesto las tropas de ocupación quisieron deshacerse de tal elemento insurgente inmediatamente, pero lo que había provocado aquellas líneas se había alzado alrededor de la muchacha como un muro impenetrable. Cuando Jon Pathui quiso ponerse en contacto con la jovencita descubrió que se había creado de la nada una especie de organización paramilitar que la protegía. Con el arte de los kadondorios para organizarse entre sí y la cohesión que logran cuando se ponen de acuerdo en algo, aquella muchacha se había convertido en la cabeza de una fuerza tan impresionante como invisible. Las tropas tonkulianas no eran capaces de dar con ella, ni siquiera podían encontrar pistas que les llevaran a los otros cabecillas o a algún tipo de información útil. Nunca, nadie, en ningún rincón de Kadondor les daría la más mínima pista de donde se encontraba la persona que les había abierto la posibilidad teórica de la libertad.

Jon Pathui recibió orden expresa de los Cuatro Generales de encontrar a aquella niña y entregarla a las autoridades. Y él lo intentó, aunque con no demasiadas ganas. Pero sí que trató por todos los medios fue hablar con ella. No le iba a resultar fácil. Sabía que su posición era sospechosa y que sería la última persona en quien confiaría, pero no tenía ninguna intención de descubrirla o traicionarla. Sus palabras habían despertado aquel ansia juvenil que nunca tuvo nombre, quería la independencia de Kadondor tanto como ella y pensaba ayudarla, y como Gobernador de Kadondor, sólo podía hacer una cosa: declarar la independencia y esperar la invasión militar de Tonkul.

Si le hubieran dicho hacía unos meses que hiciera algo parecido, hubiera tachado de loco al que hubiera hablado y le hubiera echado de su casa, pero ahora un bien más grande que todos ellos podía conseguirse si todos ponían de su parte. Se harían grandes sacrificios, pero algo como la libertad bien los valía. Aquella certeza y el hecho de ser consciente de que toda la isla sentía lo mismo, le habían decidido. Ahora Kadondor latía al mismo son, su proverbial instinto grupal tomaba cuerpo de nuevo y millones de manos y rostros miel se alzaron al cielo pidiendo libertad en silencio, en secreto, esperando el momento adecuado. Aquella fuerza debía ser gestionada con inteligencia y todos esperaban el momento.

El encuentro fue de noche, en una estación metereológica en mitad de la selva que rodeaba el río Luhn, el mayor de la isla, y que recorría en suaves meandros la espesura húmeda y viva. Pathui apartó la tela de mosquitera que protegía la cabina y accedió al interior del cuarto. Hacía un espeso calor que un aparato de aire acondicionado trataba de paliar con escasos resultados. El ronroneo del motor hacía vibrar la estructura entera que se alzaba 30 metros sobre el suelo. Las copas de los árboles más altos apenas les rozaban y la alfombra oscura y falsamente mullida daba la bienvenida a la noche con la misma calma ancestral que tienen las fuerzas geológicas.

Cinco personas conversaban en voz baja en aquel cuarto cuando otro hombre les anunció su llegada. Los cinco individuos le miraron con interés y ocuparon sus posiciones con calma, pero con diligencia. Sólo una se quedó donde estaba, sentada indolentemente en la mesa y con los ojos fijos en él. Pathui dedujo que aquella era la muchacha. Efectivamente era joven, aparentaba los 15 años que tenía, pero era muy alta, delgada y con el pelo de un rubio caramelo que hacía que el tono dorado de su piel y su cabello pareciera sacado del mismo pantone. Sujetaba la melena con una gruesa trenza enrollada en un moño apretado y vestía como una muchacha de su edad. Pathui se sorprendió de que una chiquilla tan joven hubiera montado tal revuelo y entonces pensó que aquellas manos que la apoyaban en la mesa habían escrito las palabras que le habían llevado hasta allí y que aquella cabeza era la que les había revolucionado a todos, así que se obligó a ignorar su juventud.

Dareina Shaz dio dos pasos hacia él y, sonriendo le ofreció su mano.
-Buenas noches, Señor Gobernador.

domingo, 19 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 2-2: Un niño 2986-2987

Le encontró sentado en el bordillo de la estrecha acera que separaba el edificio de las aulas de la arena reseca del patio. Agachado sobre sus rodillas hacía montoncitos de tierra con las manos como si quisiera encontrar el polvillo más fino que se esconde bajo la grava. Aun así lo hacía sin mucho convencimiento, como aburrido, como si en realidad estuviera muy lejos de allí. Jem sintió que se le encogían las tripas de sólo pensarlo. Núi aún estaba muy afectado con todo lo que había sucedido con Tana y ahora… Pero tenía que decírselo. Se acercó y se sentó a su lado. Núitor ni le miró ni hizo absolutamente nada.

-Hola.- dijo el mayor.

Núitor no le contestó, pero al menos le miró un instante. Jem reconoció la mirada. A sus casi 18 años y después de 6 conviviendo con aquel niño sabía interpretar muy bien sus gestos. Y es que Jem y Núitor se habían convertido casi en hermanos dentro de aquella Residencia. Aún se acordaba de cuando Núi llegó, tan pequeño, tan asustado, tan absolutamente triste. Ninguno de los niños sabía demasiado de los demás porque solían llegar tan jóvenes que no tenían historia previa a la Residencia o, sencillamente, no eran capaces de recordarla. Pero Núi había llegado allí a los 6 años y a esa edad ya se tenían recuerdos bien sólidos de la familia y del mundo. A él le habían dejado allí siendo apenas un bebé, así que toda su vida la había pasado entre aquellos muros. Le fascinaba ver a un niño yark que hubiera vivido tanto tiempo en el exterior. Así que cuando vio que Tarpen Crey se tomaba más molestias de las habituales para “educar” a ese niño, esa fascinación se convirtió en interés. Y, si tenía que ser sincero, le daba pena.

Así que un día, harto de ver al crío solo en el patio, permanentemente serio y silencioso, como si no quisiera tener contacto con nadie, se acercó y le habló. No encontró respuesta ese día, ni al siguiente, ni al otro… Le costó casi un mes hacerle hablar y mucho tiempo más el hacerle hablar con los otros niños. Pero lo consiguió y descubrió que aquel chavalín de pelo oscuro y ojos de un gris cristalino le seguía fascinando como el primer día. Quizá fuera por el rumor que corría entre los niños de que su yarkith era uno catalogado de “peligroso” y que podía tener un nivel más que respetable. O quizá fuera por la actitud del crío a los continuos castigos de Crey. No lloraba nunca, no se quejaba nunca, se mantenía firme y ligeramente desafiante ante las perrerías del jefe de la guardia y de Tana. Jem meneó la cabeza al pensar en ella. Aquella niña odiaba a Núitor con todo su ser. No habían sido ni una ni dos las veces que el chico había ido a la enfermería porque Tana le hubiera clavado algo. Él nunca respondió. Y por eso la leyenda, el rumor y la imagen de Núitor fue creciendo poco a poco en las mentes de todos los niños de la Residencia, incluidos los mayores.

Era obvio que tenía que tener un yarkith muy poderoso para que Crey la tomara tanto con él, y nadie podía aguantar tal abuso de Tana demasiado tiempo sin acabar peleándose con ella (Tana siempre deseaba llegar a ese extremo porque siempre ganaba). Todos admiraban la entereza del niño, su aparente fortaleza, mientras que nadie, jamás, había visto su yarkith. Sin querer, y sin saberlo, Núitor era admirado por todos los niños de la Residencia y Jem, aunque 6 años mayor que él, había caído en su hechizo inconsciente del mismo modo.

Pero además Jem le conocía. Desde que le “rescató”, Jem se había convertido en el hermano mayor, en el amigo, en el refugio. Núi sólo se permitía llorar o derrumbarse cuando estaba con él y sólo a él le contaba lo que le pasaba cuando le pasaba algo. Por eso Jem sabía que el episodio de Tana había abierto una herida mucho más profunda de lo que muchos podían ver a simple vista.

Núi odiaba su yarkith. Lo detestaba con cada fibra de su ser y el hecho de que fuera tan parte de él como sus manos o sus piernas le frustraba más que cualquier otra cosa en el mundo. Jem nunca había visto nada igual, ningún niño que renegara tanto de su poder. Nadie podía decir que le gustara ser yark. Si no lo fueran no estarían allí encerrados, pero en el caso de Núitor esa inquina era especial y Jem sabía que era porque Núi recordaba lo que era “estar en casa”. Núi culpaba a su yarkith de que sus padres ya no le quisieran, culpaba a su marca de que le abandonaran allí, se culpaba a sí mismo de cosas que había hecho antes de llegar a la Residencia y sobre todo, se culpaba a sí mismo de lo que había ocurrido con Tana hacía ya un mes.

Todos lo habían visto por fin. El yarkith de Núitor era muy poderoso. Lo suficiente como para dejar en ridículo a Tana, alguien con un poder tan impresionante que si no fuera por los dardos de sedante de los guardias, podría destrozar la Residencia entera con sólo desearlo. Ahora todos sabían que había alguien más poderoso y que la ira de Tana no conocería límites a partir de ahora. Quizá lo que Núi hiciera aquel día fuera bueno ya que impidió que la palangana golpeara a los párvulos, pero el sólo hecho de utilizarlo por primera vez en público había hecho que le castigaran como Crey no había castigado a nadie en los 17 años que Jem llevaba en aquella Residencia. Incluso él mismo, con su yarkith curativo, tuvo que esforzarse para sanar al muchacho en algunas ocasiones.

Núitor desde entonces se había vuelto a retraer. No quería hablar con nadie y se mantenía siempre al margen de los otros niños. Jem trató de hablar con él varias veces sin éxito. No le presionó. Aquel era un momento duro, pero ya no lo podía evitar por más tiempo. Pronto ocurrirían dos cosas muy importantes y tenía que avisarle.

-Me he enterado de algo.- dijo Jem. Núi no dijo nada, pero escuchaba.- Tana va a salir de la enfermería mañana.

Jem oyó que Núitor suspiraba de alivio y no pudo menos que sorprenderse. El golpe que le había dado a la niña con su yarkith la había dejado inconsciente y malherida. Muchos temían que se hubiera quedado parapléjica o algo parecido si es que no había muerto con el cuello roto. Ningún niño, por cruel que sonara, se lamentaría de librarse de Tana por una razón u otra y sobre todos ellos, Núitor sería el mayor beneficiado. En cambio Núi se sentía profundamente aliviado y al suspiro le siguió una sonrisa.

-Menos mal…- dijo.

-Yo no estaría tan contento, Núi. Te matará.

-No, no lo hará. Pero al menos está bien.

Jem no quiso contradecirle. Estaba más relajado y seguía sonriendo, confiado. Posiblemente tuviera razón. Tana no podría matarle, pero la pelea sería brutal.

-Y hay otra cosa más.- Jem buscó las palabras, pero no encontró el modo de hacerlas más suaves. Núitor le miraba con interés.- Me marcho.

Núi palideció.

-¿Cuándo?

-En 6 meses tengo los Exámenes de Reinserción.- informó el joven. Se encogió de hombros.- Acabo de cumplir los 18 años, tío, ya era hora de marcharme. Además, ya he echado la solicitud en la Academia de Tornor para Medicina.

Núitor estaba sin habla, desolado, pero al final asintió y volvió a sonreír.

-Entonces te deseo mucha suerte.

-Todavía me quedan 6 meses aquí.

-Hasta los exámenes.

-Sí.

Ambos se quedaron callados.

-¿Nos volveremos a ver?- preguntó Núitor al final.

-¡Claro!- Jem le dio un capirotazo en la cabeza.- ¿Te crees que te vas a librar de mí tan fácilmente?

A partir de ese día Núitor volvió poco a poco a ser quien era aunque efectivamente Tana saliera al día siguiente de la enfermería. En aquellos 6 meses que le quedaban, Jem pudo ver que sus sospechas se confirmaban. La ira de Tana se expandió por toda la Residencia en 4 ocasiones en todo aquel tiempo con el único objetivo de, ya no sólo herir a Núi, sino de matarlo. Decenas de proyectiles metálicos, la litera que se enrollaba en torno a su cuerpo, asfixiándolo, tuberías convertidas en lanzas, ventanas, vigas, techos enteros que caían sobre él… Nada, nunca, llegó a tocarle un pelo. La Residencia se convirtió en un campo de batalla en el que Tana lanzaba las ofensivas y Núitor se limitaba a repelerlas. Al principio Crey no hacía más que castigarles, pero aquello no parecía detener a la niña. El hecho de que Núitor no atacara espoleaba aún más a la chiquilla haciendo sus ataques cada vez más fuertes.

Pero Tana había aprendido la lección. No podría luchar contra Núitor si Crey les mantenía encerrados y aislados en “el Pozo”. Tenían que pelear en secreto. Jem pensó que Núitor jamás accedería a algo así, pero para su sorpresa, cuando quedaban apenas 3 semanas para sus exámenes, la pelea secreta tuvo lugar.

Se escaparon de los cuartos a las 3 de la madrugada de una noche fría de marzo. Muy pocos sabían que aquella pelea iba a tener lugar y cuando se reunieron en la explanada tras el Molino sólo Tana, Núitor y otros 5 adolescentes de ambos bandos estaban allí. La luz de una de las torretas de vigilancia les iluminaba aunque estaban seguros de que no había nadie allí que les delatara.

Y la pelea comenzó. Tana extraía pedazos de metal del antiguo molino y de la propia verja del campus, convertía cualquier cosa en un arma mortal, incuso los botones y las patillas de las gafas de uno de los chicos. Núitor lo repelía todo con facilidad hasta que Tana, frustrada, rugió de rabia y entonces el Molino se movió. Jem abrió los ojos y la boca absolutamente horrorizado al ver cómo la estructura metálica del molino se movía como un inmenso monstruo abalanzándose como una bestia sobre el muchachito de 13 años que lo miraba con estupor. Cuando la masa de piedra, hierro y mampostería iba a caer sobre él, reaccionó y alzó una mano para sostener la estructura. Entonces Tana atacó. Decenas de tornillitos, clavos y cositas afiladas de metal se clavaron en la piel del muchacho lanzándole hacia atrás con un grito de dolor. El molino, sin nada que lo frenase, siguió su trayectoria para sepultar al niño. Jem gritó y el molino se derrumbó por fin en un estruendo brutal levantando polvo y tierra y obligándolos a todos a toser y correr por sus vidas. Cuando todo se calmó un poco Jem siguió gritando el nombre de Núitor, llamándole desesperadamente, trepando por las piedras y atravesando el polvo tratando de encontrar algo.

Entonces le vio. Estaba sangrando por todo su cuerpo de todas las heridas que los proyectiles de Tana le habían causado. Con un ligero esfuerzo hacía que el tornillo o el clavo saliera despedido de su cuerpo. ¡Estaba utilizando su yarkith desde dentro para sacarlos! Pero lo que de verdad dejó a Jem sin palabras fue el hecho de que ni una sola piedra le había tocado el cuerpo. El molino derruido le rodeaba pero en un radio de un metro a su alrededor, como si un campo de fuerza le hubiera protegido.

-¡Núitor!- exclamó el joven.- ¿Estás bien? ¡Oh, Mûmm santa! ¿Cómo…? ¿Cómo…?

El niño arrancó el último clavo y lo arrojó al suelo teñido de sangre. Jem oyó a sus espaldas que alguien trepaba las rocas para ver lo que él veía. Se volvió. Los ojillos verdes de Tana refulgieron a la tenue luz.

-¡Sigues vivo!- exclamó indignada. Levantó una mano y una viga se alzó en el aire para golpearle.

Núitor la desvió sin esfuerzo y caminó hacia Jem.

-Apártate. Tengo que terminar con esto.

Tana ya se había hecho con un arsenal entero de los escombros y lo lanzaba a Núitor sin descanso, pero el niño avanzaba repeliendo los proyectiles sin siquiera alzar las manos, como si un campo protector le rodeara.

-¡Tana, basta!- gritó mientras más y más lanzas caían a su alrededor sin rozarle.

-¡Nunca, maldito monstruo! ¡Te mataré por lo que me hiciste!

-Entonces atente a las consecuencias.

Núi alzó una mano y golpeó a la niña en el pecho que salió despedida varios metros atrás cayendo en el mullido césped. Tana permaneció tendida un momento, aturdida. Núi fue hacia ella seguido de todos los niños que no querían perderse nada y, por supuesto, de Jem. Tana le miró entre aterrada y furiosa desde el suelo. Hizo un amago de mover una mano para utilizar su poder, pero Núitor con un gesto de la cabeza se lo impidió. Tana trató de despegar los brazos del suelo, trató de incorporarse, pero le fue imposible. Forcejeó, gritó, maldijo y escupió hasta que acabó llorando de rabia e impotencia.

-Has perdido, Tana.- dijo Núitor muy serio cuando tras un largo rato Tana dejó de pelear contra lo imposible.- No puedes matarme y no quiero que lo intentes nunca más.

-Eso jamás…- silbó la niña.

-¡Júralo!- gritó el chaval. Tana gimió de dolor. Debía de estar apretando con su poder el frágil cuerpo de la niña.

-Nunca…

-Entonces perderás una y otra vez hasta que ya no puedas volver a perder.

-¿Me estás amenazando?- dijo Tana con sorna. Jadeó por la presión y rió divertida.- ¡Que lo oiga todo el mundo! ¡Núitor Malende me está amenazando de muerte! ¡¡Ja!! Tú no serías capaz de matar a una mosca, maldito monstruo cobarde. No eres más que un mocoso asustado, Malende. Un monstruo llorón que quiere volver con su mamá…

Las palabras de Tana se ahogaron en un boqueo en búsqueda desesperada de oxígeno. El rostro de furia de Núitor era indescriptible.

-¿Estás segura de que no podría matarte?

Mantuvo la presión unos segundos y después soltó, se dio la vuelta y se marchó a grandes zancadas perdiéndose en la oscuridad de vuelta a los edificios de la Residencia.

Tana no volvió a atacarle en el tiempo que Jem estuvo allí. Cuando hizo los exámenes continuaban en aquella tregua frágil y peligrosa, pero Núitor se mostraba tranquilo. Cuando por fin se despidieron creyó ver a Tana al fondo sonriendo con satisfacción, como si hubiera deseado que Jem se fuera. El joven se estremeció. Miró a Núitor que sonreía con los ojos al borde de unas lágrimas que no dejaría caer y le revolvió el pelo oscuro.

-Nos volveremos a ver allá afuera.- le dijo. Núi asintió.

-Hasta pronto.

jueves, 16 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 2-1: Un niño 2986-2987

Llovía.

Las gotas de lluvia se mezclaban sin compasión con las lágrimas de rabia y dolor que corrían por el rostro mugriento de un rapaz de 12 años que estaba atado con pesados grilletes de hierro a lo que quedaba de un molino arruinado hacía más de medio siglo.

Apenas podía mover la enorme piedra que era capaz de moler el grano con tres bueyes atados a la yunta. Le dolían los brazos, los pies, la espalda y cada músculo de su cuerpo. Además le escocían terriblemente las heridas de los latigazos que de cuando en cuando el guardia de la Escuela le daba para que no parara de empujar.

Al fin y al cabo estaba cumpliendo un castigo.

Su crimen había sido mostrar su yarkith. Lo había utilizado por primera vez en años para salvar a un crío de 4 años de ser golpeado por una palangana de hojalata, pero no importaba. Claro que había llevado a una niña al hospital, pero se lo merecía. Con una nueva oleada de rabia empujó con fuerza a pesar del dolor de sus hombros y la piedra gigantesca se movió unos cinco centímetros.

No, no se lo merecía.

Aunque fuera una niña perversa, celosa, envidiosa y vengativa, no se lo merecía. No debía haber usado su poder. No debía. Sus padres le habían abandonado allí por eso. Era algo malo, algo que debía ser ocultado. Pero a medida que crecía se le hacía más difícil pues su yarkith crecía con él y estaba empezando a ser algo demasiado fuerte como para no usarlo nunca.

Núitor, como el resto de sus compañeros, era un yark.

Los yarks eran personas que habían nacido con una marca muy característica en alguna parte de su cuerpo. Había quien la tenía en los brazos, en la espalda, en la cara… Núitor la tenía en el pecho, cerca del corazón. Los tres puntos de brillante queratina negra que le diferenciaban como yark eran tan parte de él como sus manos y sus pies, así como su yarkith, y como tal, debía usarlo ya que si no lo hacía, corría el riesgo de volverse loco. Y era algo que desde hacía poco le había empezado a preocupar. De pronto empezó a sentirse más nervioso, más inquieto; tanto, que había veces que casi no podía controlarse para no usarlo.

Hasta aquella mañana…

-Núitor Malende, tu castigo ha terminado.- la voz cascada del Jefe de la Guardia Tarpen Crey llegó a sus oídos. El chico bajó los brazos de la empapada madera y se percató de las ampollas y astillas que habían convertido sus palmas en nuevas fuentes de dolor.- ¿Has reflexionado sobre tu comportamiento?

-Sí, señor.- las cadenas tintinearon cuando Núi se giró hacia el hombre. Éste le miró de arriba abajo y esbozó un gesto de asco en su cara de simio. Después se rascó la cara mal afeitada y chasqueó con la lengua.

-No lo creo.- dijo al fin.- Mañana volverás. 4 horas bajo supervisión.- el hombre se inclinó un poco sobre él.- Bajo “mi” supervisión, Malende.- se incorporó y le dedicó una sonrisa torcida y repugnante.- Soltadle y lleváoslo.

Los guardias le quitaron rudamente los grilletes y le empujaron hacia la salida.

-¡Malende!- llamó de nuevo Crey. Núi se detuvo y se giró, pero no le miró.- Alégrate de que mis funciones se limiten a vigilarte.

Núitor se dignó a clavar sus ojos en el guardia imprimiendo en ellos todo el odio que sentía hacia él. A pesar de la trémula luz del oscuro y tormentoso atardecer, los ojos grises y duros como la piedra de aquel niño taladraron el cráneo de Tarpen Crey como si no hubiera nada entre él y la pared opuesta. La sonrisa de Crey se esfumó. Por fin un guardia le empujó y le sacaron del molino en dirección al módulo de habitaciones de los alumnos.

Crey no se movió mientras observaba apenas cómo los otros 4 guardias abandonaban el maltrecho edificio. Frunció el ceño y miró hacia arriba, hacia el agujero donde debía de estar el tejado del molino. Unas pocas vigas carcomidas recortaban el nuboso cielo que parecía querer descargar toda su agua en aquel momento.

Aquel crío era peligroso.

Después de casi 20 años trabajando en aquella Residencia Yark, por primera vez, tenía miedo. Había visto niños con los poderes más extraños: telepáticos, elementales, físicos… pero nunca uno como Núitor Malende. Por fin empezó a caminar hacia el exterior. Necesitaba una copa.

Aquel niño y Tana, otra niña de más o menos la misma edad, habían convertido sus últimos años de servicio en un verdadero calvario. La niña había llegado antes que él y desde el primer momento empezó a causar problemas. Quería ser siempre el centro de atención, casi obligaba a los demás niños a ser sus amigos y en una ocasión hirió gravemente a uno de sus guardias. La cría tenía la habilidad de controlar el metal y convertirlo en cualquier tipo de arma mortal. Se había ganado casi tantos castigos en el molino como Malende, pero ella al menos se lo merecía…

Crey abrió la puerta de su despacho y entró. Sin importarle lo más mínimo el barro que dejaba en la alfombra, fue directo al armario y sacó una botella de un licor dorado y algo turbio. Sin más quitó el tapón y le dio un par de buenos tragos.

A la Residencia iban todos los niños nacidos yark de aquella provincia sureña de Múrnibor. Su cercanía con Tonkul hacía que fuera una zona especialmente peligrosa y por eso allí se solían enviar a los yarks con yarkith de niveles altos. Nadie lloraría su pérdida si en una incursión tonkuliana atacaran la Escuela. Así el Gobierno se libraría de esos monstruos en potencia que si llegaran a adultos se convertirían en verdaderos peligros para la sociedad. Así que Crey estaba acostumbrado a tratar con niños bastante poderosos, pero aun así… Los yarkith más comunes eran los elementales, los físicos y los psíquicos. Los yarkiths violentos no eran nada comunes. Ni siquiera Tana tenía un yarkith denominado “violento”. Ella era una yark magnética; el hecho de que lo utilizara de esa manera era producto de su personalidad agresiva. Pero Núitor Malende sí tenía un yarkith violento.

Había llegado hacía 6 años acompañado por sus padres. Durante los primeros meses no había querido relacionarse con nadie. Se limitaba a sentarse en un rincón y llorar. Crey había recibido un informe completo de aquel niño, las especificaciones de su poder y una recomendación del Gobernador de la zona para que le tuviera bien vigilado. Entonces uno de los chicos más mayores, un chaval de unos 13 años, le sacó de su rincón. De un modo u otro consiguió hacer que el niño empezara a hacer amigos y un año después de que llegara, era una persona completamente diferente.

Era amable con los demás y muy generoso. Los otros niños, incluso los mayores, empezaron a rodearle. A todos les caía bien. A todos, menos a Tana, claro.

Se convirtió en el centro de sus ataques. Más de una vez el chaval había tenido que ser atendido por la enfermera de las instalaciones por golpes con vigas de hierro, tenedores clavados en el cuerpo, cortes… Pero él jamás había utilizado su yarkith para defenderse. Nunca. La verdad es que Crey había deseado que lo utilizara alguna vez para poder saciar su curiosidad. Le habían advertido tanto con respecto a ese chico que quería ver con sus propios ojos qué era lo que había que temer de él. Ahora que lo había visto deseó no haberlo provocado. Echó la cabeza hacia atrás y el líquido amarillo volvió a deslizarse por su garganta.

Todo había ocurrido en el recreo de la mañana.

Los niños se habían reunido para echar a suertes los equipos que jugarían al balón. Los dos alumnos mayores elegían a sus jugadores de entre el heterogéneo grupo que aguardaba expectante. Poco a poco los grupos se fueron configurando hasta que sólo quedó Tana. Todos la temían. Era una niña peligrosa. A nadie le gustaba y además jugaba fatal. Los dos chicos mayores se habían mirado entre ellos nerviosos por su error. Tana se ofendería porque nadie la había elegido y ahora dudaban. Al volver la vista a la niña vieron que estaban en lo cierto.

Todos empezaron a notar cómo los botones de aluminio de los pantalones, las ventanas de hierro y todo lo que era metálico a su alrededor empezaba a vibrar. La expresión de furia de la niña era un poema y todos los demás dieron un paso atrás. Entonces de alguna parte salió una palangana grande de hojalata volando a gran velocidad hacia ellos para golpearles. Se agacharon ágilmente mientras un niño y una niña corrían hacia Tana para agarrarla y romper su concentración. La palangana siguió su vuelo con igual fuerza más allá del grupo de niños y se acercó peligrosamente a la zona del parvulario. Los dos niños por fin agarraron a Tana y la palangana perdió el control precipitándose hacia los pequeños.

Núi entonces levantó una mano y un golpe suave y sordo resonó en el aire cuando una especie de onda expansiva directa dio de lleno en la palangana desviándola de la cabeza de un pequeño de 4 años. Tana, al verlo, se enfureció aún más y de un empujón se deshizo de los dos niños. Estaba tan fuera de sí que el suelo se abrió frente a ella mostrando una tubería de cobre que empezó a lanzar al aire agua caliente. Movió una manita y la tubería se cortó y se afiló sola antes de salir como una flecha hacia Núitor que volvió a levantar una mano y la desvió con facilidad. Tana rugió de furia y el soportal de hierro tembló sobre las cabezas de todos sus compañeros amenazando con caer sobre ellos.

-¡Tana no lo hagas!- gritó el chico.

-¡Atrévete Núitor, vamos!- dijo la niña.- ¿No te parece ya suficiente el haberte acoplado de esta manera que ahora quieres hacerte el héroe? ¡Tú no me engañas como a todos esos estúpidos! ¡Eres un monstruo!

El soportal se estremeció y tembló con fuerza cuando Tana levantó sus brazos hacia él para dejarlo caer sobre sus compañeros. Núi levantó ambas manos y un golpe de fuerza casi invisible, pero que sonó como un gong, la impactó de lleno y la estampó contra la pared del gimnasio dejándola inconsciente.

Crey, que había visto todo desde la ventana de la sala de profesores, casi no podía moverse del asombro. Por suerte, uno de los maestros reaccionó con rapidez y organizó al médico y a los guardias para controlar la situación. Tana había sido ingresada inmediatamente en la enfermería y Núitor fue encerrado en una celda de castigo oscura y pequeña que los niños llamaban “El pozo”. Había estado allí hasta las 4 de la tarde. Entonces había ido él mismo con otros 6 guardias fuertemente armados. Le amarraron, le amordazaron y le esposaron de brazos y pies para conducirle hasta el molino donde le habían tenido empujando durante más de 3 horas bajo amenazas y latigazos.

Y a pesar de todo, aquel crío parecía igual de entero, igual de fuerte. Se había colocado la coraza que había mostrado en los primeros meses en la Escuela y que durante todos esos años parecía haber reservado sólo para él. Crey cerró los ojos y se pasó una mano por sus cansados y enrojecidos párpados. No le había tratado nada bien. La gran mayoría de los castigos habían sido por razones que solía inventarse. Le habían dicho que le tuviera bien vigilado y ese era el modo en que él vigilaba. No sabía hacerlo de otro modo. Lo había estado haciendo igual durante 20 años. Los mocosos más duros habían acabado cediendo. Todos acababan desarmándose y perdiendo buena parte de su fanfarronería. Pero con Malende… era diferente.

Crey lanzó la botella hacia la pared opuesta con rabia y frustración.

-Una bala entre ceja y ceja… sólo una, y todo acabaría, ¡maldita sea!- farfulló.

Sus ojos se posaron en la mancha de licor en la alfombra y en los cristales rotos y frunció el ceño. Entonces se dejó caer en la cama y tumbado, mirando al techo, murmuró:

-He perdido… otra vez.