jueves, 23 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 3-1: Una niña - 2987

Si alguien quisiera abarcar la isla de Kadondor tendría que pensar muy bien cómo querría hacerlo porque lo hiciera como lo hiciera le iba a costar esfuerzo y tiempo. Lo geólogos confirmaron hace tiempo que más que una isla, Kadondor es un subcontinente atado al megacontinente de Helimde por una lengua de tierra que actualmente queda sumergida por el mar de Tath en lo que hoy se llama el Estrecho de Tath, una grieta de más de 150 kilómetros de ancho que separa ambos continentes. Pero nadie en toda Mûmm diría que Kadondor es un continente. Lo más seguro es que te miraran confundidos y te dijeran: No, no, Kadondor es una isla, grande, pero una isla.

Kadondor es una isla inmensa, efectivamente. Es lo suficientemente grande como para participar en tres climas planetarios. De hecho, el ecuador del planeta la divide en dos como si fuera los dos pedazos de pan de un bocadillo. Así que si alguien quisiera abarcar la isla tendría que planear muy bien cómo querría hacerlo para no quedarse tirado a mitad de camino.

Al norte, bordeando el Mar de Tath y con la costa de Helimde a 150 kilómetros de distancia, se encontraban las ciudades más importantes y los puertos con mayor tráfico. Kadondor siempre había sido un importante centro de comercio y, desde hacía un tiempo, un foco de turismo importante. Sus playas de arenas blancas y finas, su clima permanentemente cálido, sus hermosas selvas y la belleza de sus estaciones de esquí en las imposibles crestas de la cordillera del Corazón de Mûmm al sur, la hacían un diamante en bruto para los tour-operadores de todo el continente. De esta manera Kadondor obtenía unos ingresos impresionantes en divisas y en cierto modo, mayor sensación de libertad a medida que los turistas traían ideas y formas de vida que, para los kadondorios, habían sido completamente prohibidas y desconocidas hasta entonces.

Kadondor era, a pesar de todo, una colonia, y su metrópoli era Tonkul. ¿Cómo era posible que una isla tan enorme con una población que casi igualaba a la de Tonkul y con una riqueza 3 veces mayor que la de la metrópoli siguiera bajo el yugo de los Cuatro Generales? Muchos se hacían esa pregunta, pero pocos, dentro de la isla, osaban contestarla. Quizá descubrieran que el malvado opresor, el invasor atávico, el maligno tonkuliano que los tenía bajo su bota, fuera ya tan parte de ellos que casi no podían contemplar otra posibilidad de existencia. Tonkul había entrado y salido de la isla tantas veces a lo largo de los últimos 2400 años que apenas había diferencias entre ellos. Aunque sí que las había, muy profundas y muy evidentes. Tanto, que en realidad uno no sabía hasta qué punto se parecían los kadondorios con los tonkulianos hasta que no les conocía de verdad.

Los kadondorios eran gente cálida, como su clima, con una profunda idea de grupo, de pueblo compacto y unido. Solían tener una manera de pensar en la que el bien grupal prevaleciera sobre el individual aunque se tuvieran que hacer algunos sacrificios. Consideraban que si se quería encontrar el mayor bien para todos era tratar de que el mal fuera lo más pequeño posible. Jamás creyeron en la victoria total así como nunca contemplaron la derrota total. Lo kadondorios eran unos negociadores natos, así pues, como negociadores que eran, tenían gran interés en saber muy bien qué era lo que podían ofrecer y qué era lo que más necesitaban. Los kadondorios eran, en general, unos gestores implacables, exactos y organizados. Un grupo no puede sobrevivir si los recursos se malgastan o se manejan con torpeza. En muy pocas ocasiones la isla sufrió hambrunas o periodos de escasez extrema y muchos historiadores creyeron ver una fuerte influencia cultural kadondoria en la etnología de Tonkul, pero había tantos estudiosos apoyando esta teoría como exactamente la contraria. La realidad era que, fuera quien fuera quien influenciara a quien, Kadondor era así y gracias a que era así Tonkul podía sobrevivir.

Kadondor alimentaba en un 90% a su metrópoli. Tonkul apenas cultivaba nada para autoabastecimiento y era también en la isla donde estaban las principales factorías y centros de producción. Además Kadondor podía importar productos de los países Aliados del continente, como telas de Airedian, tecnología jathana, alimentos y materias primas de Múrnibor y de todo un poco de Nandorian. Kadondor era una colonia, pero con un gobierno propio y una autonomía casi completa en el plano económico internacional. Casi todos estaban satisfechos con la situación. La isla era próspera.

Pero cuando desde una instancia superior te imponen leyes y normas que lo único que hacen es desestabilizar la cohesión social, crear lagunas de odio y resquemor y, en general, tratar de quedar como vencedor absoluto en un pueblo que no contempla tal posibilidad, aparecen nódulos de resistencia. En realidad, lo que provocó todo el maremagno posterior fue una serie de factores que tardaron varias décadas en dar su fruto, pero que sólo maduró cuando una adolescente de 15 años, estudiante de la Academia de Tanator, capital de Kadondor, escribió un artículo en el periódico de su escuela con tal vehemencia y sentido común que pronto el artículo rodó por periódicos nacionales, internacionales, televisión, radio y por todas los anillos de noticias, comentaristas y foros de la Red.

No hay nada como decir las palabras adecuadas en el momento oportuno y aquella muchacha lo había hecho. Quizá, si la isla no se hubiera acostumbrado a la presencia de extranjeros en sus ciudades con otros modos de pensar y otras maneras de ver el mundo más allá de Tonkul, si no les hubieran llegado noticias de gente que podía mantener contacto con sus hijos nacidos yark durante toda su vida sin temor a que los desterraran o los encerraran o peor, si no hubieran tenido que soportar levas sorpresa por el ejército tonkuliano cada poco tiempo, si no les hubieran gravado con impuestos imposibles las comunicaciones con el “exterior”, si no trataran de encerrarles en una jaula de cristal, si Jon Pathui, Gobernador de Kadondor no hubiera “adoptado” a aquella muchacha dando credibilidad y respaldo político a lo que promulgaba en su artículo escolar, no hubiera pasado nada.

Jon Pathui estaba mayor. Tenía 67 años, pero se sentía agotado. Un cáncer se lo estaba comiendo por dentro desde hacía años y tenía toda la pinta de seguir haciéndolo durante muchos años por delante. Aquel cáncer era tratable y, bien medicado, podía vivir muchos años aún, pero poco podía hacer para negar lo evidente. Antes o después moriría. Así que a aquellas alturas de su vida, en lo único que podía pensar era en un retiro tranquilo y sosegado. Convocaría unas primarias y saldría el nuevo candidato a Gobernador. Después mandaría las instancias a Kush y los Generales lo aprobarían. Cedería el puesto y podría ir a vivir sus últimos años junto con su mujer y sus dos perros. Y habría sido un buen plan de no haberse topado con aquel artículo. Le sacudió con tanta fuerza como a todos los que osaron poner sus ojos sobre él, pero quizá, sólo por ser quien era, a él le conmovió de una manera aún más profunda.

Jon Pathui pensó que aquel artículo despertaba viejos recuerdos, viejas ansias que había olvidado años atrás entre las mieles del aparente éxito, la aparente prosperidad de su isla y de la amargura de la enfermedad que le iba apagando día a día. ¿Tan cómodo se había sentido durante tantos años como para haber olvidado lo que le había llevado a presentarse a aquellas primarias dos décadas atrás? En aquel momento el vigor de la madurez recién estrenada aún vibraba en él, sus ideas reformistas y su espíritu emprendedor habían logrado un impulso en la isla que nadie podía negar, pero lo que había ido dejando para otro momento, lo que había estado ahí siempre oculto por otras cosas más urgentes o más “importantes”, había acabado en lo más profundo del baúl de su vida. Lo que más había ansiado sin siquiera ser consciente de ello era lo que decía aquel artículo. Quería a su isla como si fuera una antigua amante, como el ser que le había hecho como era, como la misma ansia de vivir. Quería verla radiante, feliz, hermosa y próspera. Y creía, hasta entonces, que lo había logrado. Pero hasta ese artículo se había olvidado de lo más importante.

Jon Pathui, al igual que todos los isleños, deseaba con toda su alma ver a su isla libre.

Por supuesto las tropas de ocupación quisieron deshacerse de tal elemento insurgente inmediatamente, pero lo que había provocado aquellas líneas se había alzado alrededor de la muchacha como un muro impenetrable. Cuando Jon Pathui quiso ponerse en contacto con la jovencita descubrió que se había creado de la nada una especie de organización paramilitar que la protegía. Con el arte de los kadondorios para organizarse entre sí y la cohesión que logran cuando se ponen de acuerdo en algo, aquella muchacha se había convertido en la cabeza de una fuerza tan impresionante como invisible. Las tropas tonkulianas no eran capaces de dar con ella, ni siquiera podían encontrar pistas que les llevaran a los otros cabecillas o a algún tipo de información útil. Nunca, nadie, en ningún rincón de Kadondor les daría la más mínima pista de donde se encontraba la persona que les había abierto la posibilidad teórica de la libertad.

Jon Pathui recibió orden expresa de los Cuatro Generales de encontrar a aquella niña y entregarla a las autoridades. Y él lo intentó, aunque con no demasiadas ganas. Pero sí que trató por todos los medios fue hablar con ella. No le iba a resultar fácil. Sabía que su posición era sospechosa y que sería la última persona en quien confiaría, pero no tenía ninguna intención de descubrirla o traicionarla. Sus palabras habían despertado aquel ansia juvenil que nunca tuvo nombre, quería la independencia de Kadondor tanto como ella y pensaba ayudarla, y como Gobernador de Kadondor, sólo podía hacer una cosa: declarar la independencia y esperar la invasión militar de Tonkul.

Si le hubieran dicho hacía unos meses que hiciera algo parecido, hubiera tachado de loco al que hubiera hablado y le hubiera echado de su casa, pero ahora un bien más grande que todos ellos podía conseguirse si todos ponían de su parte. Se harían grandes sacrificios, pero algo como la libertad bien los valía. Aquella certeza y el hecho de ser consciente de que toda la isla sentía lo mismo, le habían decidido. Ahora Kadondor latía al mismo son, su proverbial instinto grupal tomaba cuerpo de nuevo y millones de manos y rostros miel se alzaron al cielo pidiendo libertad en silencio, en secreto, esperando el momento adecuado. Aquella fuerza debía ser gestionada con inteligencia y todos esperaban el momento.

El encuentro fue de noche, en una estación metereológica en mitad de la selva que rodeaba el río Luhn, el mayor de la isla, y que recorría en suaves meandros la espesura húmeda y viva. Pathui apartó la tela de mosquitera que protegía la cabina y accedió al interior del cuarto. Hacía un espeso calor que un aparato de aire acondicionado trataba de paliar con escasos resultados. El ronroneo del motor hacía vibrar la estructura entera que se alzaba 30 metros sobre el suelo. Las copas de los árboles más altos apenas les rozaban y la alfombra oscura y falsamente mullida daba la bienvenida a la noche con la misma calma ancestral que tienen las fuerzas geológicas.

Cinco personas conversaban en voz baja en aquel cuarto cuando otro hombre les anunció su llegada. Los cinco individuos le miraron con interés y ocuparon sus posiciones con calma, pero con diligencia. Sólo una se quedó donde estaba, sentada indolentemente en la mesa y con los ojos fijos en él. Pathui dedujo que aquella era la muchacha. Efectivamente era joven, aparentaba los 15 años que tenía, pero era muy alta, delgada y con el pelo de un rubio caramelo que hacía que el tono dorado de su piel y su cabello pareciera sacado del mismo pantone. Sujetaba la melena con una gruesa trenza enrollada en un moño apretado y vestía como una muchacha de su edad. Pathui se sorprendió de que una chiquilla tan joven hubiera montado tal revuelo y entonces pensó que aquellas manos que la apoyaban en la mesa habían escrito las palabras que le habían llevado hasta allí y que aquella cabeza era la que les había revolucionado a todos, así que se obligó a ignorar su juventud.

Dareina Shaz dio dos pasos hacia él y, sonriendo le ofreció su mano.
-Buenas noches, Señor Gobernador.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El inicio es tipo Pratchett no???

Phyx

Bea dijo...

No pretendía, pero sí, eso parece. Chica, las influencias salen por todas partes... ^_^