domingo, 26 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 4: Un bebé – 2986

Hola.

Antes que nada quería compartir con vosotros la feliz noticia: tengo gato nuevo. Es un gatito precioso, negro con los ojos azules (o grises, la verdad es que no lo tengo muy claro). Es diminuto, inquieto y muy curioso. Aunque ha estado un buen rato bajo el sofá, al final se ha decidido a salir y explorar. Ya sabe dónde está la comida y el agua y por dios que me alegro que también sabe dónde está su arenita (y cómo usarla). Ahora olisquea el portátil y me deja sobarle, lo cual es un enorme avance en apenas 4 horas desde que llegó a casa.

Estoy tan contenta de tenerle que no he podido evitar la tentación de contároslo ^_^.

Ahora sí, el capítulo de hoy (que además, está entero).

-------------------------------------------------------

La luna brillaba sobre las aguas del río Basadri aquella noche de verano. En la orilla norte, encaramándose sobre una colina que se había visto cubierta de edificios hacía mucho tiempo, vigilaba la capital de Nandorian, Basabeth.

La urbe bullía de actividad aun a aquellas horas de la noche. Los coches, las luces, los ruidos, la música… las noches de verano de Basabeth eran un verdadero espectáculo reconocido en todo Helimde.

Sin embargo, en lo alto de la colina que coronaba la ciudad y que constituía el Palacio Real y el Palatino, el silencio era absoluto. Todo parecía haberse quedado en suspenso. La ciudad había aguantado la respiración durante todo el día, aunque apenas se apreciara. Sólo en el núcleo político se notaba de verdad aquella preocupación, aquel momento de tremenda expectación.

En uno de los pasillos del Palacio Real una mujer caminaba a paso vivo mientras abrazaba con cuidado un bultito envuelto en una sábana y que dormía profundamente. Cuando llegó al final del pasillo un hombre recogió el bultito con cuidado y se lo llevó. La mujer suspiró apenada y cerró la puerta. Sólo el tiempo decidiría si lo que acababan de hacer era lo correcto.

A la mañana siguiente un portavoz de Palacio apareció en una rueda de prensa con gesto compungido. “El bebé nació muerto”

Ya estaba. Ya se había hecho. Cualquier rumor se acallaría en las próximas semanas. Palacio tenía el poder y la influencia para controlar a los medios de comunicación hasta cierto punto, y si se seguían los pasos que habían diseñado, no habría nada que lamentar. Y no había sido nada fácil.

Un escándalo así habría bastado para que la facción ultraconservadora del Palatino se alzara en rebelión y desposeyera a la Casa Real de Kieth de su poder como Jefatura del Estado. Y eso era algo que como Reina no estaba dispuesta a permitir. Sabía que si esa facción conociera la verdad, no sólo la destituirían, sino que además mandarían a su hijo a algún lugar lejano donde crecería desgraciado y solo. Y eso era algo que como madre, no podría soportar. Llegaría su momento, lo sabía, algún día lo recuperaría, le contaría la verdad, le abrazaría y escucharía de sus labios: Mamá…

Pero ahora no.

La situación era muy delicada dentro del Palatino. Sus propuestas de reforma de la Carta de Estado no habían sentado nada bien en algunos sectores. Por fin reconocía la autoridad de las provincias en algunas materias administrativas, ampliaba el sufragio a la universalidad y aprobaba ciertas medidas aperturistas con respecto a los yarks que habían sido calificadas de revolucionarias.

Había conseguido un sorprendente apoyo popular una vez se hicieron públicas estas propuestas, pero el Palatino, órgano consultivo en algunas materias, pero decisivo en otras muchas, lo había vetado con una mayoría simple que había bastado para retrasar la aplicación de las reformas durante meses. Los diputados conservadores creyeron ganar esa batalla, pero no contaron con el extraordinario apoyo popular que recibió la propuesta de la Reina. Hubo manifestaciones, debates televisivos, repercusión mediática en todos los ámbitos, incluso se habían escrito ensayos al respecto. Muchos dijeron que un rechazo así del Palatino no era sino una manera absurda y retrógrada de retrasar un cambio que se hacía necesario desde hacía décadas.

Especialmente con el tema de los yarks.

Tras decenas, si no centenas de estudios, se había llegado a la conclusión de que la probabilidad de que el hijo de una pareja naciera yark era tan remota como probable. Nunca se encontró el porqué de su peculiaridad. Nada en sus genes, ni en su cuerpo, ni en su cerebro, ni en nada. Nada. Eran tan humanos como el resto excepto en los tres puntos de queratina negra que decoraban alguna parte de su cuerpo.

El nacer yark era un accidente. Casi tanto como nacer niño o niña. Y todos, sin excepción, debían ser internados en Residencias Yark desde pequeños siendo ésta una norma de alcance general para todos los países. La diferencia entre unos y otros estribaba en esas Residencias. En Nandorian las Residencias Yarks eran como internados normales a los que los padres podían ir a visitar a sus hijos, se permitían visitas, la educación era razonablemente buena y se trataba a los críos con el cuidado y el respeto que se debía. Eran, al fin y al cabo, sólo unos niños.

Eso sí, cuando salían, todo cambiaba. Se les hacía muy difícil encontrar trabajo. No se les permitía acceder a la Educación superior en centros públicos y la administración y el ejército también les estaban vedados. También les resultaba muy difícil recibir asistencia médica y tenían que personarse en alguna jefatura de policía cada mes y medio para fichar y hacer un resumen detallado de lo que era su vida, sus actividades, sus amigos y sus movimientos.

Y esta era una situación insostenible para muchas personas. De hecho, la gente había empezado a no cumplir la ley en algunos puntos tan absurdos que, al cabo de varios años de incumplimiento sistemático, se dio por cancelada tal norma en la vida real. Pero legalmente seguía existiendo. Lo que hacía la reforma de la Carta de Estado de la Reina, era poner en papel todos esos cambios de facto que se habían ido produciendo a lo largo de los años. Si se convertían en prácticas legales miles de personas encontrarían sus vidas más fáciles y muchas personas más podrían hacer lo que siempre habían hecho ahora con la tranquilidad de no estar infringiendo la ley. Por eso habían sido unas reformas tan bien acogidas.

Así que lo que pareció en principio una batalla ganada al paralizar la reforma, se convirtió en la lucha política más encarnizada y larga de la historia de Nandorian.

Y en mitad de todo aquello… la Reina tuvo un hijo.

El día después del nacimiento, todos los nandorianos estaban frente a una pantalla de televisión viendo las noticias que llegaban a cuentagotas de Palacio. La Reina estaba bien. El parto había sido rápido y limpio, pero el bebé había nacido muerto.

Toda la alegría que había empapado la ciudad de Basabeth desde el día del anuncio del estado de buena esperanza de la Soberana, se difuminó en un velo gris y pesado de decepción y tristeza. Las reformas y aquel niño habían empezado a simbolizar lo mismo. Algo nuevo, algo precioso y vivo estaba por nacer y vendría para armonizar por fin una vida que a medida que pasaba el tiempo se hacía más difícil por causa de una legislación y unas instituciones atrasadas en el tiempo.

Que el hijo de la Reina hubiera nacido muerto fue como un chorro de agua fría para todos.

Y la primera en saber que algo así ocurriría era la misma Reina. Era estremecedoramente consciente de que anunciar la muerte de su heredero supondría un golpe, si no de muerte, sí de extrema gravedad para su estrategia política. Sin el apoyo popular su fuerza se reducía a su minoría en el Palatino. Lo sabía. Pero no podía exponer a su hijo a las insidias de una capital gobernada por unas personas que ansiaban el poder de la Corona para sí.

Su hijo era algo precioso, algo nuevo, tan importante… que tendría que esperar a su tiempo para descubrirse como tal.

Hasta entonces lloraría su ausencia.

No hay comentarios: