lunes, 14 de septiembre de 2009

El tren (3)

Yo sigo escribiendo así que sea lo que Diox quiera...

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Ponerse de nuevo en marcha fue duro. Mucho más de lo que pensaban. Las pocas migajas que habían logrado arrancar de aquel bosque adormecido no habían sido suficientes, pero lo peor era la sed. De buena mañana el rocío se arremolinaba en las hierbas y las hojas de los arbustos y las encinas. La bruma fría que les rodeaba hablaba de una humedad inalcanzable. Sin querer, todos se acordaban con añoranza del Canal de Isabel II que, sin duda, en otro mundo, recorrería esas mismas tierras llevando agua fresca a millones de personas menos a ellos.

A pesar de ello comenzaron a andar. No solucionarían nada quedándose allí muriéndose de sed.

El sol estaba alto cuando Tomás se dio cuenta de que cada vez tenían que pararse más. A una señora le había dado un vahído y el ritmo era bastante más lento en general. Se acercó a Eduardo.

-Oye, hay algunas personas que están bastante mal.

-No podemos parar, Tomás. Estamos ya muy cerca y sólo si llegamos podrán ayudarles.

-Eso si nos ayudan.

Eduardo miró a Tomás frunciendo el ceño. Un momento después volvió a mirar al frente y suspiró.

-Tienes razón, no lo había pensado.

¿En serio?, prensó Tomás sorprendido. Le parecía obvio que si llegaban a las Torres y había gente, esa gente los trataría como extraños. Y visto lo visto igual ni hablaban el mismo idioma. El concepto “mundo diferente” implicaba que todo podía ser diferente.

-Deberíamos adelantarnos unos pocos, los que estén más fuertes, y tantear el terreno.

-¿Te estás ofreciendo?

Tomás sostuvo la mirada de Eduardo y volvió a ver al ejecutivo detrás de la barba de pocos días y las ojeras de cansancio y hambre. Asintió.

-Deberíamos hablarlo con los demás.- dijo Eduardo.- Hay que planear bien lo que debemos hacer. Puede pasar cualquier cosa y no tenemos margen de maniobra.

Eduardo alzó la mano y pidió el alto del grupo. Muchos resoplaron y se agarraron los riñones. Otros se sentaron donde pudieron. Todos parecían derrengados. Cuando Eduardo tuvo la atención de todos fija en él, Tomás se dio cuenta de que estaban peor de lo que pensaba. Eduardo empezó a hablar y Tomás casi podía ver el powerpoint detrás de él. Además, había algo en su voz y en su manera de explicar que era imposible ignorar, como si fuera un presentador de la tele. Algunos se mostraron asustados, otros preocupados y bastantes más aliviados.

-Tomás se ofrece voluntario. ¿Quién quiere acompañarle?

Después de expuestos todos los problemas a los que se enfrentaban y todas las incertidumbres que podían encontrar, era evidente que alguien tendría que ir, pero nadie se atrevía a dar el primer paso. Al final, después de muchos segundos de titubeo, Susana y Pablo dieron un paso al frente. Tomás sonrió y ellos le devolvieron el gesto acercándose a él y enfrentando al resto del grupo. Carola se levantó de un salto, muy seria, y se puso a su lado. Tomás ya iba a abrir la boca para agradecérselo, cuando otro hombre, uno de los que habían ido en el grupo de Eduardo, se levantó y se acercó a ellos. ¿Se llamaba Javier? Le agradeció con un gesto y alzó una mano como pare detener a más posibles voluntarios.

-Muchas gracias a todos. No nos conviene ser demasiados por si tenemos que escondernos. Además, no es seguro que los que están más cansados se queden solos sin gente más fuerte que les pueda ayudar.

-¿Y qué haremos los demás? ¿Esperar? – dijo una mujer que había perdido a su hijo en el accidente.

-Eso me temo.- dijo Eduardo con su voz de conferenciante profesional.- Este bosque no tiene calles ni puntos conocidos donde poder reunirnos. Pero no se irán ahora mismo. Descansaremos un rato (ya que estamos parados), y seguiremos un poco más. Ya estamos muy cerca, así que sólo hay que hacer un pequeño esfuerzo más.

-Pero, ¿y si no vuelven?- insistió la mujer.

-No creo que tengamos que ser tan negativos, Palmira.- contestó Eduardo.- Lo que no podemos hacer es arriesgarnos a un mal recibimiento. Este mundo, aunque sea igual que el nuestro geográficamente, es evidente que no tiene nada que ver. No sabemos nada sobre la gente de aquí, ni el idioma que hablan.

-Pero es que nosotros tampoco nos vamos a quedar aquí, desde luego. Sin refugio ni nada que llevarnos a la boca. ¡Ni agua siquiera! No podemos quedarnos aquí esperando, no señor. Si esa gente es peligrosa que lo sea, ya les haremos frente, pero es eso o morir de hambre y sed esperando a unos chavales que igual ni vuelven. ¡De eso nada!

Tomás se encontró a sí mismo asintiendo al razonamiento de la mujer. Pero no era el único. Un gruñido general se levantó tras las palabras de la señora Palmira.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Proyecto - Creo que lo llamaré "El tren"

¡¡Hola!!

He vuelto. Este verano ha sido demasiado intenso. En todo. En calor, en trabajo, en planes, más planes, en aún más planes, en bodas, en viajes, en nuevas adquisiciones...

La verdad es que no he parado y entre el agotamiento, el aplatanamiento y, en general, las pocas ganas, no he tocado el blog en más de un mes. ¡Pero el nuevo curso ha empezado y hay que ponerse las pilas! Y me he puesto a trabajar como Diox manda, metiéndole mano tanto a Mûmm como a la historia del tren. No tenía nombre, pero me di cuenta que en mi cabeza la llamaba así, "El tren", así que no me voy a complicar la vida. Así que a continuación colgaré lo que llevo escribiendo a ratos muertos en los últimos 3 días. A ver qué tal.

Bueno, hagamos recopilación: un grupo de personas que iban en un tren de Cercanías sufren un accidente en mitad del monte y cuando salen del tren siniestrado se dan cuenta de que la vía del tren desaparece unos metros más allá del accidente. Hay bastantes heridos y nadie viene a ayudarles. No hay carreteras, no hay cobertura. No hay nada que de muestras de civilización, como si hubieran viajado a otra dimensión.

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-Vamos.


La voz era suave, pero obedecerla era tan difícil para aquella mujer que no pudo evitar romper a llorar. Las manos del hombre la aferraron con afecto por los hombros mientras repetía:

-Vamos. Ya se acabó. Tenemos que irnos.


La mujer asintió sin parar de llorar. Sabía bien que tenían que marcharse, pero no podía evitar la dolorosa sensación de desgarro que suponía dejar a su hijo allí, muerto, bajo aquellas piedras y con esa cruz improvisada con ramas de encina.



Después de un día allí esperando a que vinieran los servicios de emergencia y que los malheridos se convirtieran en cadáveres, habían decidido enfrentarse a la realidad y tratar de buscar una salida o ayuda o algo. Un grupo de jóvenes habían ido hasta la cima de un promontorio aquella mañana al amanecer para ver si desde un punto más alto podían encontrar algo que pareciera civilizado. Al volver dejaron a todos estupefactos al relatar lo que habían visto: las 4 Torres seguían allí donde tenían que estar. Eran diferentes, tenían un color más bien claro, como si fueran de mármol blanco y rosa, pero las Torres de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid eran claramente distinguibles en el horizonte. Calcularon que quizá hubiera unos 20 kilómetros hasta allí. Cuando decidieron ponerse en marcha era ya pasado el mediodía y otra persona acababa de morir.



Lo primero que pensó cuando dejaron atrás los restos del tren y la hilera de tumbas improvisadas fue que, aunque había sido una experiencia dura, aquellos cadáveres no le decían nada, no le importaban nada. Tenía una ligera conciencia de que debería sentirse mal por esa indiferencia, pero a medida que se alejaban, más cómodo se sentía con su falta de empatía. O igual era simplemente una reacción defensiva para no caer en el terror y la parálisis o algo así.

Por otro lado, su calzado no era el mejor del mundo para andar por el monte. Llevaba unas botas de gamuza que le habían costado una pasta y que se estaban llenando de barro por momentos. Tampoco le importaba lo más mínimo. Sus prioridades habían cambiado y ahora no pensaba en otra cosa que no fuera salir de aquella sano y salvo. Casi le daba igual volver o no a su casa y a su vida. En secreto, aquel cambio de mundo, como algunos decían ya, le había hecho más feliz de lo que se permitía demostrar.


-Tomás, ¿no?


El ejecutivo-cazador se había puesto a su altura en la caminata y le miraba con una expresión que sólo había visto en jefazos de su trabajo. Una expresión que le decía que, se llamara Tomás o no, para ese hombre él sería Tomás para siempre. Por suerte, sí se llamaba Tomás.


-¿Qué ocurre?


-En un rato haremos un alto para descansar.- Tomás no estaba cansado, pero había gente más mayor y un par de personas que arrastraban heridas del accidente. Asintió.- Querría organizar un grupo de gente que buscara algo que llevarse a la boca y algún regato de agua.


Tomás miró a su alrededor. Aquel bosque apenas se estaba despertando del invierno y dudaba de que hubiera algo comestible por ahí.



-Vale, pero en esta época ya no hay bellotas ni moras ni nada.


-Es posible que encontremos cardillos o algo así.


-Pero, ¿no se comen cocidos?


-¿Te has traído tú la cazuela y el hornillo?- el ejecutivo-cazador sonrió y le dio una palmada en el hombro.- Es comida, chaval. Eso es lo único que importa. Os diré luego cómo reconocerlos.


Tomás accedió y vio cómo el hombre iba hacia otras personas. Creía recordar que se llamaba Eduardo, o algo parecido. Le observó mientras tenía prácticamente la misma conversación con una pareja joven que caminaba más adelante. Los dos asintieron y en un momento dado le miraron, miraron a Eduardo y volvieron a asentir. El ejecutivo le dio al chico una palmada en el hombro idéntica a la que le había dado a él y se fue a captar a otras víctimas. La pareja intercambió unas palabras antes de detenerse y ponerse a su lado.


-Hola.- saludó el chico alargando la mano. Tomás la estrechó.- Me llamo Pablo y ella es Susana.


-Tomás.


-Encantados.


-Lo mismo digo.


Hubo un silencio incómodo. La chica tomó la palabra con timidez.


-Nos preguntábamos si conocías a ese tío, el cazador...


-Eduardo.- ayudó Tomás. Susana asintió.- No, para nada. Apenas recordaba cómo se llamaba cuando ha venido a hablar conmigo. Por suerte no he tenido que llamarle.


La pareja sonrió. Aunque llevaban ya un día y medio tirados en el monte, el shock, las muertes de los heridos y el estupor de su situación en general habían dado poco espacio para la interacción social, y apenas sabían cómo se llamaba cada uno. Después de la broma, los dos jóvenes estaban más cómodos.


-Nos ha dicho que haría dos grupos. Él lideraría uno y tú otro y que nosotros iríamos contigo.


Tomás no se molestó en ocultar su sorpresa.


-Pues no me ha dicho nada. ¿Cómo voy a dirigir yo ningún grupo? No tengo ni idea de supervivencia en el monte. ¡Si ni siquiera he hecho camping en mi vida!


La pareja se miró insegura, le miraron y se encogieron de hombros.


-La verdad es que, aparte de él, que parece que tiene más experiencia, ninguno tiene la más remota idea de qué hacer en el campo.- dijo Pablo.- Supongo que te ha tocado a ti.


-¡Manda huevos…!- dijo Tomás en un suspiro de resignación.


-No te preocupes.- dijo Susana.- Haremos lo que podamos. Aunque no sé qué podríamos encontrar en esta época del año... Si fuera un poco más adelante...


-O más atrás.- apuntó Tomás.- Si estuviéramos en Enero o así aún habría bellotas.


-Si estuviéramos en enero habríamos muerto todos de frío.- dijo Pablo.


Susana y Tomás asintieron sombríos. Aquel tipo de observaciones, después de 2 noches al raso, de la humedad y del frío que habían pasado, más el hambre que empezaba a hacer mella en todos ellos, habían dejado de tener gracia hacía mucho tiempo. Siguieron andando en silencio. Parecía que hubieran llegado a un acuerdo tácito de no tratar ese tipo de temas deprimentes y en absoluto productivos.


Una media hora después Eduardo hizo el alto y todos se sentaron donde pudieron. El suelo, duro y cubierto de maleza, no era muy atrayente a la hora de sentarse, por lo que las piedras y los árboles caídos o combados se convirtieron en improvisados bancos. Entonces Eduardo llamó a la gente con la que había estado hablando en el camino.


-Bien, tenemos 1 hora para encontrar algo. Nos dividiremos en dos equipos. Uno vendrá conmigo y el otro con Tomás.- el aludido vio los ojos de todos los convocados fijos en él durante un momento. Se estremeció.- Buscad puntos de referencia para recordar el camino de vuelta al grupo. El objetivo es encontrar algo de comer y lo más parecido a un río que podáis.


-¿Cómo reconoceremos lo que es comida de lo que no?- preguntó una chica rubia que Tomás no sabía cómo se llamaba.


-Veréis, esta época es un poco dura porque ni es invierno ni es primavera del todo. Lo más que habrá serán cardillos y piñones. Son cardos normales con una especie de alcachofa encima, pero en esta época sólo veréis las hojas de pinchos. Tened cuidado y arrancadlos con los pies. Quizá encontréis alguna bellota, pero lo más seguro es que estén podridas o vacías. Es posible que en caso de que encontréis un riachuelo o una charca haya espadañas. Son juncos un poco más gruesos de lo habitual. Arrancadlos de raíz. La base es comestible. En una hora volved hayáis encontrado o no algo útil, ¿de acuerdo? Lo último que necesitamos es perdernos.


El grupo de Tomás se arremolinó a su alrededor. Estaban Pablo y Susana, la chica rubia de antes, que se llamaba Carola y un hombre más mayor que se llamaba Manuel. Hechas las presentaciones se pusieron en marcha.


-Creo,- dijo dubitativo.- que deberíamos buscar con algún tipo de método, no sé, como por capas. Así podremos abarcar más y mejor, ¿qué os parece?


-¿Y cómo se busca por capas?- preguntó Manuel con cierta sorna en la voz.


-Bueno, por capas… era una manera de decirlo. – se defendió Tomás.- Por ejemplo, Susana y Pablo, iros hacia allá, alejaos todo lo que podáis sin perderme de vista. Tú, Manuel, y Carola, id hacia ese otro lado y haced lo mismo, alejaos todo lo que podáis sin perderme de vista. Seré como la baliza de posición, ¿vale?


Los 4 estuvieron de acuerdo y comenzó la búsqueda. Caminaban relativamente despacio, queriendo examinar la maleza con cuidado. Tomás controló la hora que era y la posición del grupo de gente que descansaba. Tenía que fijarse bien en el camino ya que si él era la baliza, tenía que recordar el camino de vuelta.


Cuando una hora después volvieron al punto de partida, apenas habían encontrado unas pocas bellotas oscuras y unos cuantos cardos resecos que sujetaba Manuel en su chaqueta. De río nada. Unos minutos después llegó Eduardo con su grupo. Habían encontrado más bellotas y más cardos que ellos, pero ni rastro de ningún arroyo o río o nada. Iban a pasarlo mal. La deshidratación era un tema serio y desde aquella mañana habían dejado de tener agua.


-Hemos ido hacia el sur durante todo el día. Calculo que habremos caminado unos 12 kilómetros. Debemos estar a la altura de Valdelatas.



-Son las 5.- apuntó un tipo cuyo nombre, Tomás, creía haber oído que sonaba a vasco.- Igual tenemos aún una hora y pico de luz. Quizá podamos avanzar un poco más.


-De acuerdo. – accedió Eduardo. Lo comunicó al resto de personas y en poco tiempo se pusieron en marcha.


La luz se iba debilitando más y más a medida que pasaba el tiempo. La temperatura bajó y el cansancio y el hambre dijeron “basta” y todos se detuvieron por fin a descansar.

jueves, 6 de agosto de 2009

Proyecto - No sé qué título darle (ya saldrá :P)

De esta historia sólo tengo hecho el principio. De hecho, a partir del punto final de lo que hoy colgaré nunca he sabido cómo seguir. A ver qué tal :).

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El destino, la suerte, los hados, la causalidad, la inevitabilidad, la evolución… Demasiados nombres para tratar de definir el discurrir de los acontecimientos tanto propios como ajenos, de la historia, de las vidas. Y todo por miedo. Todo por el absoluto terror a no ser dueños de nuestras propias vidas, de nuestra libertad más básica. Esto ha pasado por esto otro. Claro, es que aquello estaba cantado. Si A, seguro que B o incluso C. Nunca pensé que fuera a pasar, pero pasó… Elucubramos sobre vacío. Por muy sólida que sea nuestra lógica siempre, el origen de las cosas tiene un porcentaje ínfimo que es de propiedad absoluta e indisoluble del azar.

El azar. Ese gran desconocido. Algunos incluso declaman que no existe. Otros son tan osados como para tratar de utilizarlo como herramienta de trabajo. Otros, en un acto de absurdez supina pretenden calcular matemáticamente sus patrones y poder hacer predicciones. Los más, se resignan a su poder con un encogimiento de hombros, a lo más, con una maldición mascullada por lo bajo. Todos tratan de ignorarlo, de atenuar sus efectos, de controlarlo…

Nadie lo ha logrado aún… por suerte.

El azar es sin duda una de las grandes fuerzas del universo y es, posiblemente, la que tenga menos conciencia de sí misma de todas las que forman el panteón cósmico. Los más grandes poderes comparten esa misma tendencia a vivir descuidados de sí mismos, como si la mera existencia fuera un asunto baladí dentro de lo que quiera que estén haciendo. Pocas veces se dan cuenta conscientemente de las cosas que ocurren en el universo que gobiernan y hacen funcionar. Sólo abren sus ojos cuando algo perturba su rutina laboral y eso, dicho sea de paso, no ocurre demasiado a menudo.

Así que cuando los pasajeros de aquel tren de cercanías pudieron salir a duras penas de los vagones descarrilados, a ninguno de esos poderes le extrañó que aquellos seres humanos atrajeran hacia sí aquella cantidad tan ingente de azar. El azar seguía a sus cosas y ellos igual. Cada uno haciendo lo que debía. Nada había perturbado el continuo del devenir. Pero el azar se arremolinaba en torno a esas personas como el polvo a un plumero electrizado. Los humanos ni siquiera se daban cuenta del sutil cambio a su alrededor, tan ocupados estaban de salir vivos del los amasijos de hierros, chapas, cristales y asientos convertidos en muelas machacadoras de huesos.

Por suerte o por desgracia, eran pocos los pasajeros aquel domingo de primavera. Era el último tren en un fin de semana de puente, así que sólo un grupo de jóvenes adolescentes que habían bajado a Madrid para hacer unas compras, dos o tres parejas, unas señoras de mediana edad y personas sueltas entre los cuatro vagones, juntaban un total de 27 personas más el maquinista. Tras el descarrilamiento, pronto descubrieron que el accidente había matado al conductor y a otras 5 personas, había herido de consideración a 7 y los demás estaban más o menos enteros aunque ninguno había salido indemne del tremendo golpe.

Los dedos de los adolescentes volaron sobre los teclados de sus móviles llamando a sus padres, a las ambulancias, al 112 y a quien fuera. La oscuridad y el frío de la medianoche, el dolor de los huesos molidos, el miedo, la conciencia de que había cuerpos inertes a menos de 3 metros, de que habían salvado el pellejo de manera casi milagrosa, y la necesidad perentoria de ayuda y seguridad, fue respondida con un mensaje común en todos los aparatos: “No hay red”.

En aquel momento miraron a su alrededor extrañados y aún más asustados. Estaban en mitad del monte. El bosque les rodeaba. Sólo las luces parpadeantes del tren siniestrado iluminaban la espesura a su alrededor. Estaban entre la última y la penúltima estación, en un tramo de montaña de difícil acceso y que aún tenía nieve en algunos lugares umbrosos y escondidos. El frío les hincó el diente hasta el tuétano. ¿Es que no tenían cobertura? No podía ser. En todo el recorrido tenían servicio. ¿Cómo era posible que nadie pudiera llamar por teléfono? No había por qué preocuparse. Los de RENFE ya se habrán dado cuenta. Mandarán helicópteros de la Guardia Civil, del SUMMA y de quien haga falta, oiga, que algo así no puede pasar desapercibido.

Pronto se formó un grupo que decidió ir a buscar ayuda. Seguirían la vía hasta la estación anterior y todo se arreglaría. No podían dejar que algunos de los pasajeros heridos se desangraran en mitad del monte. El grupo, conformado por 3 de los adolescentes y una de las parejas se fue caminando junto a los raíles hasta que la oscuridad los envolvió. A la media hora volvieron. Los rostros de estupor y nerviosismo de los retornados hicieron que más de un pulso de acelerara por el miedo. Algo pasaba y no era bueno. Uno de ellos contó lo que habían visto y entonces los poderes, los grandes poderes, se percataron de su propia existencia y se extrañaron.


Un paciente observador se habría dado cuenta de que la evolución de aquel grupo de 15 desconocidos podía ser el resumen de lo que había sido la estrategia de supervivencia por excelencia del ser humano desde que apareció en el mundo: la jerarquización.

En seguida aparecieron una serie de individuos que empezaron a proponer ideas para acomodar a los heridos y a organizar a los que habían sobrevivido más o menos enteros. El grupo respondió: Surgieron los especialistas. De aquel tren surgieron dos enfermeras que ya habían estado trabajando desde el principio. Un ejecutivo aficionado a la caza fue el que propuso la mejor manera de pasar la noche a la intemperie y una pareja de jóvenes contaba cuentos a los 3 niños que los miraban con ojos embelesados a la luz de la fogata que habían encendido para mantener el calor. Era principios de la primavera y las noches aún eran frías.

Por otro lado, un grupo afanoso de hombres y mujeres desmontaban los dos vagones más enteros para hacerlos mínimamente habitables. Aquella noche amenazaba lluvia y tendrían que proteger al menos a los heridos que esperaban sufrientes tendidos en la hierba que alfombraba aquel bosque impasible que les rodeaba. Mientras trabajaban, una de las enfermeras cubrió la cara de un hombre. Aquel buen señor no vería la luz del día siguiente.

La noche fue agotadora para las 2 mujeres que apenas pudieron descansar. Una decena de personas les ayudaban sin quejarse yendo de un herido a otro, sosteniendo vendas improvisadas y dando de beber a los sedientos. Entonces a uno de ellos se le ocurrió plantear la pregunta.

¿Dónde estamos?”

Nadie quiso hacerle mucho caso. Dentro de un par de horas amanecería y estaban todos al borde de sus fuerzas. El miedo y la frenética actividad les habían mantenido despiertos, pero ahora, cuando más o menos habían estabilizado la situación, sólo podían pensar en descansar. Responder a una pregunta como aquella necesitaba voluntad, ganas y energía. Nadie tenía nada de eso.

lunes, 3 de agosto de 2009

Proyectos en serie...

Desde hace tiempo mi actividad creativa ha estado dedicada casi en exclusiva a la historia de Mûmm. Aunque sólo están colgados 5 capítulos, la historia es tremendamente compleja, con muchos personajes y muchas tramas con lo que absorbía gran parte del espacio del cerebro que tengo reservado a este tipo de cosas.

Pero como soy un culo inqui
eto y me acabo aburriendo hasta de mi sombra, he estado pensando en empezar en serio algo de lo que tengo en mente desde hace tiempo. Tengo pues, 2 ideas y me gustaría que me diérais vuestra opinión para ver cuál sería más interesante. La idea es ir escribiendo y según vuestros comentarios ver cómo sigo (un poco en plan "Relato 2.0").
  1. Un buen día el último tren de la línea C4 de cercanías de Madrid, descarrila entre El Goloso y Tres Cantos (je, que no se note que conozco esa línea, XD). Cuando los pasajeros recuperan el sentido tratan de llamar al 112, pero los móviles no funcionan. Un grupo vuelve sobre las vías para buscar ayuda en la estación más cercana, pero al cabo de unos metros detrás del tren siniestrado descubren que ya no hay vías. Una observación más serena les dice que siguen en el monte del Pardo, pero... ¿Dónde están? ¿Cómo han llegado hasta allí? ¿Dónde está Madrid? ¿Y la carretera?
  2. Érase que se era un mundo alternativo en el que hay gente que nace con "habilidades". Unos son capaces de transformar las cosas en otras cosas, otros en crear ilusiones muy reales, otros que pueden invocar lo que deseen... pero todos tienen que comprarse el abono transportes a primero de mes. Un par de chavales terminan el instituto sin saber lo que hacer con sus vidas. Uno de ellos empezará un módulo de informática en otoño y el otro está pensando sin mucho entusiasmo la rama de químicas para "transformadores" como él. Entonces "pasan cosas" y se separan para, quizá, no verse más, pero se reencuentran en bandos enemigos años después en mitad de una guerra (y no, no quiero hacer un plagio de Gundam).
Make your choice, que dirían los de Alpedrete ^_^...

miércoles, 29 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 5-2: El sueño: 2996-2997

Posiblemente esta parte del capítulo es de lo que más me gusta de la primera parte de esta historia. La relación que tienen todos los miembros de la familia Marth me parece muy especial ya que cada uno es un mundo. 5 hermanos y los dos padres. Quizá, del que menos orgullosa me siento es del padre, que acaba por tener un papel casi invisible, pero que aun así forma parte del mosaico de esta familia como un elemento indispensable.

Está fatal que lo diga porque lo he escrito yo, pero el diálogo del final me ha hecho reír mucho después de haber escrito esas líneas así que creo que si algo puede sobrevivir a una segunda e incluso 3ª lectura, es algo que merece la pena. Podría ser todo así, la verdad, pero los ataques de creatividad fabulosa no pasan tan a menudo como querría...


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Delún se desesperaba. Su madre le había dicho que podían tardar en darle una respuesta, pero aquella espera absurda la estaba poniendo de los nervios. Consideraba que el tiempo era un tesoro y que se lo hicieran perder de aquella manera le parecía una falta de respeto tan horrible que una justa indignación le hacía maldecir a viva voz a las dos órdenes religiosas que gobernaban su país y que eran responsables de su futuro próximo.

Gracias a su madre, Delún había pedido una beca a la Orden de Mûmm, pero hasta que se la dieran podían pasar no sólo días o semanas, sino hasta años. El lema de vida de las sacerdotisas de la diosa era “Seguir el curso natural de las cosas”, o sea, que nadie iba a mover un dedo por gestionar la petición. Delún, en su furia, pensaba que esperarían a que una corriente de aire la depositara en la bandeja de tareas pendientes o algo así.

Su madre le pedía paciencia, pero era incapaz de estarse quieta y mucho menos de estarse callada. No podía esperar a que las cosas simplemente sucedieran. Tenía que ir al Delta YA. Pero no tenía dinero suficiente y, aunque se puso a trabajar para ahorrar, nunca conseguiría lo suficiente para todo el equipo. Aun con la beca necesitaría el dinero, así que mientras esperaba se dedicó a ganarlo. Pero era complicado. Su condición de yark la delataba adonde quiera que fuera y en pocos sitios la contrataban siempre por poco tiempo y con unos sueldos ridículos.

Siempre volvía a casa frustrada y cansada. Su padre trataba de consolarla, pero cuando la muchacha se ponía a enumerarle los obstáculos que le planteaban, el pobre y orondo señor se quedaba sin palabras y se limitaba a darle un beso y prometerle que tarde o temprano todo saldría bien.

Mientras refunfuñaba en la cocina una de aquellas tardes una mano helada se coló en su cuello haciéndole dar un grito. La chica se volvió y vio a uno de sus hermanos reír a carcajadas mientras esquivaba los manotazos de la muchacha.

-¡No se te ocurra tocarme con esas manos!- exclamó la chica furiosa. El joven, cinco años mayor que ella, no podía parar de reír.

-¡Venga ya, Peque!- dijo el chico.- Llego y, ¿qué veo? A la mocosa refunfuñando como una vieja en la cocina.

-Y si refunfuño, ¿a ti que te importa? ¡Todo es un asco! Estoy perdiendo el tiempo, Tamy, y mamá no me ayuda nada.

Tamian seguía riéndose de ella.

-Tenías que haber visto tu cara.- se rió con ganas ante la mirada digna de su hermana y luego hizo una imitación de burla de la chica estremeciéndose de frío. Delún se volvió muy ofendida y siguió haciéndose el sándwich.- Venga, mujer, no te pongas así, era una broma.

-Ya, pero estoy harta de verdad. ¿Por qué no me contestan ya? Hace casi 6 meses que envié la solicitud.

-Las cosas de palacio van despacio.- recordó Tamian sentándose a la mesa.- Quiero un bocata como el tuyo.

Delún miró su sándwich y se lo dio. El joven empezó a comérselo con ganas y la chica se hizo otro.

-¿Y tú?- preguntó ella queriendo cambiar de tema.

-Al final me han dado la plaza.- dijo el joven. Delún se volvió sorprendida y feliz.- ¿Acaso lo dudabas?

-¡Eso es genial! ¿Se lo has dicho a papá?

-Acabo de llegar, Delún, dame cuartelillo.- y le dio otro mordisco al bocadillo. Con la boca llena siguió hablando.- ¿Sabes que además me van a pagar las dietas?

-Vaya… el becario de oro.- dijo admirada la chica.- No sólo te pagan las prácticas, sino que además te dan de comer. Hermano, te admiro.

-Es que soy irresistible, Peque. Soy majo y trabajo bien. ¿Qué más se puede pedir?

Delún reía ante la falta de modestia de su hermano, pero no podía replicarle porque tenía razón, aunque al final se le ocurrió una pega.

-Que termines la carrera, por ejemplo.

-Bah, en 5 meses será historia.- dijo el joven con un gesto de indiferencia.- Y para entonces me habrán hecho socio de la empresa.

Delún volvió a reír mientras veía cómo los gemelos entraban en la cocina arrojando las mochilas a un rincón. Lans fue directamente a la nevera y Teir se dejó caer en una silla. Resopló.

-Qué asco de día…- comentó.

-Únete al club.- comentó Delún.- Lans, la leche se bebe en vaso, no a morro de la botella, pedazo de cerdo.

-Vale, mamá.- contestó con sarcasmo el aludido sin hacerle el más mínimo caso.

-¿Qué ha pasado?- preguntó Tamian.

-En primer lugar, llueve.- declaró Teir con solemnidad.- Eso hace que todo el centro de Dárminal esté hasta arriba de coches y no te puedas mover y llegues tarde a la clase donde distribuyen los temas del trabajo. Cuando llegas te dicen que te toca hacer el estudio comparativo de las líneas de diseño en los barcos de tonelaje medio del ejército en los últimos 100 años, o sea, un tocho de trabajo que ni te cuento. Cuando vas al Ministerio de Marina después de tragarte otros dos atascos y casi comerte a un subnormal al que deberían quitarle el carné te dicen: “Información reservada. No es posible acceder a esos archivos.” Claro, en ese momento flipas y dices: ¿Y cómo voy a hacer el puñetero trabajo? Vuelves a la facultad, sin haber comido y tras dos atascos más, hablas con el profesor y, ¿sabéis qué me dice, el muy imbécil?

-Que te busques la vida.- sugirió Tamian.

-¡Que me busque la vida!- exclamó indignado Teir alzando las manos al cielo.

-¡Bienvenido a la Universidad de Dárminal, hermano!- dijo Tamian radiante y dándole unas palmadas en la espalda.- Vete acostumbrando.

Teir resopló y miró con deseo el bocadillo que Delún tenía en las manos y sin tocar. La chica rodó los ojos y se lo dio. Se puso a hacer un tercer bocadillo.

-Lans, ¿vas a querer?- preguntó antes de hacerse ilusiones.

-Sí, venga.- contestó tras haber terminado por fin con la botella de leche.- Pues mi día ha sido mucho mejor, os lo aseguro.

Y sin esperar que sus hermanos le preguntaran sacó la cartera y de ella una foto de una chica rubia muy guapa. Tamian le dio la vuelta y vio un número de teléfono y un corazoncito dibujado. El mayor sonrió y miró a su hermano con orgullo.

-Me quito el sombrero, Lans.- el aludido respondió al cumplido con una inclinación de cabeza.- Y esta, ¿cuánto te va a durar?

Teir y Delún se rieron a carcajadas ante el dardo y miraron expectantes a Lans, que seguía sonriendo con suficiencia.

-No sé. Ya se verá. Ya sabéis que soy demasiado generoso como para limitarme a dar amor a una sola durante mucho tiempo.

-Ah, sí, claro…- comentó Delún mirándole con diversión escandalizada y dándole el bocadillo.- Eres un cabrón, Lans. No sé ni cómo puedes ser mi hermano.

-No te preocupes, Delún.- dijo Tamian guiñándole un ojo a Teir.- Caerá, algún día caerá y se pillará de verdad por alguna chica y entonces sufrirá porque fijo que no le hará ni caso.

Lans rió ante la idea.

-¡No ha nacido mujer que se resista a mis encantos, Tamian!

-Y pensar que tú tienes mi cara…- dijo Teir.- Qué vergüenza…

Los cuatro hermanos siguieron conversando y riendo hasta que llegó el padre de familia, alto y enorme y empezó a repartir abrazos y besos a sus hijos.

-Hijos, han ascendido a Kair.- declaró sonriente.- Ahora es cabo de la marina. Vuestra madre me lo acaba de decir por teléfono.

-Vaya, ahora estará insoportable…- comentó Lans alzando una ceja. Sus hermanos rieron por lo bajini porque en realidad estaban de acuerdo.

-Le darán permiso dentro de una semana y vamos a ir a celebrarlo por todo lo alto.- informó el padre.- Y será mejor que no os paséis mucho con él, chicos. Ahora más que nunca es posible que le llamen a filas.

El aire de broma se disolvió como por arte de magia. El rumor de guerra que se empezaba a respirar entre Tonkul y Kadondor había puesto en alerta a todo el continente, y muy especialmente a Airedian, la principal interesada en que Kadondor se independizara. El hecho de que al final hubiera guerra hacía que la situación del mayor de los hermanos se volviera insegura. Todo lo locos que eran los hermanos menores, lo compensaba el mayor, Kair, con una disciplina férrea y una voluntad irrompible. Con casi 27 años, el mayor de los Marth se había alistado hacía unos 3 años y desde entonces no había recibido más que menciones de honor y mayores responsabilidades. Por fin llegaba el ascenso y todos sabían que no sería el último. Kair tenía el ejército en la sangre, aunque nadie en su familia podía explicarse por qué, aunque su padre sospechaba que aquello sólo podía venir de la familia de su mujer.

Se les hizo tardísimo, como siempre. Al final Tamian y Delún se quedaron solos en el salón viendo la tele, medio dormidos, pero decididos a no acostarse hasta bien entrada la madrugada. Tamian cambiaba de canal una y otra vez sin ver realmente lo que había en cada cadena.

-Peque… a la cama.- dijo con voz pastosa.

-Voy.

Pero ninguno se movió, uno tirado en el sofá con las piernas en la mesa y la otra tumbada con la cabeza en las piernas de su hermano.

-¿Qué crees que habrá en ese baúl?- preguntó Tamian tras un rato.

Delún se incorporó con pesadez y le miró con sueño. Suspiró.

-No lo sé. Pero estoy segura de que cuando cierre los ojos volveré a ver ese monasterio caer una y otra y otra vez.- suspiró de nuevo.- Es como una pesadilla.

-¿Has probado con la valeriana?

-Sí, y con la meditación, el agotamiento y los somníferos.

-¿En serio?

-Una vez se los quité a mamá, pero como no funcionó no volví a tomarlos.

-¿Y aun así sueñas lo mismo todas las noches?

-Sí. Por eso no puedo soportar la espera de la Orden. Necesito saber si me dan la beca ya o me volveré loca. No puedo dormir bien desde hace meses. No puedo más.

Tamian la miró con los ojos a punto de cerrársele por sí mismos y meneó la cabeza.

-Da igual, te tienes que ir a la cama.- se levantó y tiró de ella.- Vamos.

-Jo… Si total, para lo que voy a durar dormida…

-Menos excusas, que si no luego mamá me mata.

Caminaron hacia el piso de arriba. Delún preguntó en un susurro.

-Viene mañana, ¿no?

-Sí.- Delún se paró en su perta y la abrió. Tamian le dio un beso rápido en la cabeza.- Buenas noches, Peque.

-Nasnoches, Tamy.

martes, 28 de julio de 2009

Mûmm - Capítulo 5-1: El sueño – 2996-2997

Delún estaba inquieta en su cama. Dormía intranquila. Perlas de sudor se deslizaban por su frente delirante. Entonces alguien puso un paño tibio en la frente de la muchacha. En ocasiones abría los ojos y se debatía entre las brumas de un duermevela que ya duraba dos días. La joven, que había salido de la Residencia Yark de la provincia de Dárminal, en Airedian, hacía 6 días, había caído enferma tres días después y la fiebre la había atrapado con mandíbulas de acero.

En sus sueños confusos se mezclaban las caras de sus padres y sus hermanos con paisajes rocosos donde un río enorme se abría al mar en numerosos hijuelos que se dividían entre extensiones de tierra pantanosa y marismeña. Entonces, mientras notaba cómo la introducían líquidos abrasadores por la garganta, sentía cómo la tierra de sus sueños temblaba y un enorme edificio de piedra, sólido como una montaña se derrumbaba por el temblor. Y como si fuera un pájaro veía la escena, donde decenas de figuras de sacerdotes salían del edificio antes del derrumbe y una vez más se volvía a derrumbar. Entonces un paño húmedo tocó su frente de nuevo haciendo que la visión a vista de pájaro se convirtiera en una visión que atravesaba la piedra y el polvo de la catástrofe. Y allí, al fondo, más profundo que las montañas de restos, más profundo que el suelo resquebrajado, en un sótano abovedado de techo bajo que había soportado el terremoto, había un baúl de madera. Entonces caía de nuevo en la oscuridad, vencida por el cansancio.

Pero entonces, cuando creía que no iba a volver a ver ninguna luz, su habitación volvía entre brumas y veía la cara de su madre que le metía a duras penas algo de alimento y agua en su cuerpo. Pero ella lo rechazaba. Todo le asqueaba. No podía dejar de ver ciudades enteras arrasadas por una guerra silenciosa que había dejado cadáveres por todas partes y en el centro de todo un hombre y una mujer cogidos de la mano mirando alrededor, satisfechos de su obra. Y después el mismo río, frío esta vez, el mar a lo lejos rugiente y feroz y la ruinas del Monasterio continuaban allí, pero más viejas, más derruidas, más cubiertas por la maleza y más ocultas. Entonces su corazón comenzó a latir violentamente cuando vio pasar los días y las noches a tal velocidad que le quitó el resuello durante unos segundos. Luego la calma. El mismo paisaje y el sol saliendo por el este, pero un sol frío, de invierno mientras llovía tristemente en la costa dura. Entonces se vio a sí misma señalando el lugar donde estaba el cofre. Y cayó de nuevo en la oscuridad.

Los rayos del sol entraban en la habitación a través de la ventana.

A medida que el planeta se movía, las sombras se iban trasladando, bajando a lo largo de la pared, iluminando los póster de su cantante favorito, un jovenzuelo rubio y con cara de mármol que hacía furor entre las adolescentes airedianas. Al fin el sol se posó en el rostro durmiente provocando que sus ojos se abriesen un milímetro para volverse a cerrar evitando el daño de los rayos de luz. Lentamente la joven se incorporó restregándose los ojos con una mano y arrascándose la cabeza con la otra. Se desperezó con un gran bostezo y miró a su alrededor. Era su habitación. Miró el reloj de la mesilla: las 10:27 de la mañana. Sonrió satisfecha por haber dormido tanto. Volvió a bostezar tomando conciencia de lo bien que se encontraba después de casi 12 días de enfermedad.

Una vez hubo desayunado, demasiado para su gusto, pero su madre con el tema de la comida era inflexible, se fue al baño a lavarse. Realmente había salido de la fase fuerte de la enfermedad, de la fiebre altísima y la gastroenteritis, hacía apenas unas 36 horas y no se había levantado de la cama en toda la enfermedad hasta aquella mañana en la que se sentía no sólo reanimada, sino también fortalecida. Mientras se desnudaba para meterse en la bañera se fijó que en verdad había adelgazado. Movió los brazos y se notaba los miembros adormecidos y laxos, sin fuerzas. Empezó a dudar de su recuperación relámpago.

Mientras mecía las manos en el agua caliente y dejaba que el aroma del jabón y las sales llenara sus fosas nasales pensaba en la única imagen que ocupaba su mente: las ruinas en la costa verde. Por alguna razón ese pensamiento le provocaba una sensación de apremio que no comprendía, pero que la ponía nerviosa. Con cuidado cogió su toalla y se secó. La idea de que su cuerpo estuviera débil, frágil y torpe la instó a salir a pasear para empezar a moverse. Y aunque no lo quisiera admitir, esa necesidad de salir también estaba provocada por el sueño que tuvo en medio del delirio.

Caminaba tranquila bajo una brisa fría y húmeda proveniente del mar. El aire traía olor a sal y el grito de las gaviotas y cormoranes. Entonces su mente volvió con una fuerza tremenda al sueño y lo empezó a revivir tal y como lo había visto entre los delirios de la fiebre. Delún había dejado de ver el puerto, había dejado de ver la playa de su ciudad, la gente y los coches. Sólo veía el monasterio cayendo una y otra vez y cubriéndose de hierbas y de años mientras el sol y la luna continuaban infatigables su ascenso y descenso por tantos días que la chica perdía la cuenta. Sin que se diera cuenta de lo que hacía se había parado en seco en medio del paseo con los ojos muy abiertos y apretando los puños. Una vez pasó y volvió a ver su mundo soltó el aire con fuerza. Había estado reteniendo la respiración durante toda la visión. Notó un dolor en las manos y cuando se las miró vio que se había clavado las uñas y se había hecho sangre. La gente a su alrededor la miraba extrañada. Por suerte no podían saber que era yark, pues su marca, en un hombro, solía estar oculta, y más en invierno.

Delún se asustó. El sueño que había tenido con 40º de fiebre se había repetido aquella noche que ya estaba bien, y ahora, a plena luz del día y estaba despierta. ¿Sería un mensaje? ¿Una visión el futuro? No, no podía ser del futuro pues en el sueño pasaban muchos soles y muchas lunas. Era una visión del pasado. ¿Y el baúl? ¿Qué contendría? ¿Es que debía encontrar ese baúl? Algo la decía que tenía que encontrar esa caja. Pero, ¿dónde puede haber unas ruinas cubiertas totalmente de vegetación en la larguísima costa de Helimde? ¿Dónde empezar a buscar? Sea donde fuere que estuviera el monasterio, era evidente que ese edificio era, efectivamente, un monasterio. Como buena airediana había visto los suficientes monasterios como para identificarlos a 100 Km. Y muy posiblemente un monasterio de Soran, por lo geométrico y sólido del edificio. Pero el estilo era muy antiguo. Delún no podía identificar la época así que fue a su casa y le pidió a su padre que la llevara hasta la Biblioteca de Dárminal, la más grande de Helimde y rival de la de la Universidad de Basabeth.

En sus años en la Residencia de la Provincia de Dárminal, había dado clase de literatura con una mujer nandoriana que entre autor y autor les explicaba que la biblioteca de la capital era el único sitio en todo Mûmm en el que cualquier duda podía ser resuelta. Y con esa idea iba Delún, y con la intención de que el Doctor Jenem la recibiera como una vez prometió que lo haría.
-Pase.- dijo una voz de anciano al otro lado de la puerta.

-Hola, Doctor Jenem. – dijo Delún con una sonrisa mientras se apresuraba a dar un achuchón al venerable anciano.

-¡Hola, niña! ¡Cuánto has crecido! ¿Cuánto hace que no nos vemos?

-Desde los exámenes de Reinserción, Doctor. Hace ya 7 meses. –contestó azorada por el comentario sobre su altura, que no era mucha y era fuente de bromas entre sus hermanos.

-Entonces ya estarás en tu casa, con tus padres.

-Sí, señor, desde hace quince días.- contestó Delún satisfecha.

-Y dime, ¿quieres consultar la biblioteca? Porque para eso estás aquí, supongo.- dijo el anciano fingiendo un mohín.

-Y para verle a usted, Doctor. Pero sí, necesito alguna información.

-¿Sobre qué?

-Historia del Arte. Más concretamente estilos arquitectónicos antiguos.

El viejo pareció pensar un momento y luego con mano temblorosa cogió el teléfono y mandó llamar a una persona. Un tal Neum. Tras contar las batallitas de rigor y las noticias más relevantes un hombre de unos 55 años, alto y de complexión delgada entró en el despacho.

-Señor Neum, esta es una ex-alumna mía y necesita información sobre arquitectura antigua.

El tal Neum torció visiblemente el gesto. Jenem había sido uno de los primeros doctores universitarios que habían accedido a enseñar en las residencias yark y Neum no lo aprobaba. Opinaba que los yarks debían ser educados hasta cierto punto, porque para lo que iban a hacer en la vida… Le parecía un desgaste inútil de recursos y personas. Así que dedujo inmediatamente que Delún era yark. Pero como Jenem era su jefe accedió sin rechistar a ofrecer la información que le pedía.

Delún notó el gesto de desagrado de Neum y temió que no le diera toda la información necesaria. Odiaba la idea de tener que irle al Doctor Jenem con el chivatazo de que Neum no la había querido ayudar. Pero en el caso de que así fuera no tendría otra opción.

Tras atravesar pasillos marmóreos, brillantes y enormes recubiertos de vitrinas llenas de volúmenes antiquísimos llegaron a una puerta con un letrero a un lado: ARQUITECTURA. La puerta abría a una sala amplia, bien iluminada con numerosas maquetas distribuidas en otras tantas mesas en el centro de la sala. En las paredes se habían colocado vitrinas con muchísimos libros. Las paredes subían hasta una altura de 50 metros. Cada 10 metros un suelo de cristal separaba los diferentes pisos donde seguían disponiéndose maquetas y estanterías de igual modo que en el primer piso.

Entonces Neum le pidió que le explicase cómo era el edificio que había visto para hacerse una idea de su estilo y localizarlo en el tiempo. Delún le dio algunas características y al momento Neum asintió y subió unas escaleras haciéndole a la chica una señal para que le siguiera. Delún lo hizo y vio cómo el hombre se acercaba a una maqueta. Delún sonrió alborozada al ver que la maqueta se parecía tremendamente al monasterio de su visión, pero no era igual. Se lo hizo saber a Neum, que silenciosamente volvió a asentir.

-El estilo del monasterio que viste es de lo más antiguo de la arquitectura posthecatombeana. Posiblemente un prototántaro. Quizá estemos hablando de un edificio construido en los primeros 100 años después de la Hecatombe.

-¿Y en qué zonas se dio ese estilo?

-En la costa. Sobre todo aquí en Airedian y en la costa Nandoriana. Si mal no recuerdo… espera.- Neum se dirigió a las paredes forradas de vitrinas y después de recorrer con la mirada unas cuantas se paró delante de una, abrió la portezuela y sacó un volumen bastante nuevo, con fotografías a color y un apéndice electrónico que podía introducirse en una computadora. Frente una ventana había un ordenador. Neum se dirigió hacia el aparato seguido de Delún. Una vez allí, conectó el libro al ordenador y apareció un menú. Tecleando con rapidez apareció ante los ojos de la chica un mapa de la costa airediana y nandoriana. Entonces vio el Delta del Dohnabri y muchos puntos a su alrededor. La luz se hizo en su mente.

-¿Sabe usted si hubo algún terremoto en aquella época?- preguntó Delún a la aventura, pues no creía que Neum pudiera solucionarle esa duda.

-Pues sí, ahora que lo dices.- contestó Neum dejando asombrada a Delún.- De hecho hay multitud de ruinas provocadas por un gran terremoto en el pasado remoto en esta zona del Delta.- alzó una mano para señalar una zona en la pantalla. Ésta abarcaba toda la orilla sur de la desembocadura del río más caudaloso de Helimde.

Delún dio un paso atrás para dejar levantarse a Neum y dándole las gracias se marchó.

De acuerdo, ya sabía dónde buscar. No tardaría mucho en partir hacia Nandorian en busca del monasterio derruido y de ese cofre misterioso que inundaba su pensamiento.